El escándalo del día (porque ahora en Colombia todos los días hay mínimo un escándalo) es el nombramiento como coordinador de víctimas del Ministerio del Interior al hijo del renombrado comandante paramilitar del Cesar, Jorge 40, sujeto a quién se le atribuyen crímenes horrorosos (no tiene nada que ver con los cuarentongos, valga la aclaración). Mientras los detractores se rasgan las vestiduras, los defensores dicen que nadie es responsable por los crímenes (ellos les dicen pecados…) de su familia, ¡el delito de sangre no existe en Colombia! Proclaman los defensores del régimen.
El mensaje.
No les falta razón cuando dicen que el delito de sangre no existe; proscribir a alguien por ser hijo de algún malhechor no sería actuar en justicia, pero a muchos nos resulta odioso es el mensaje que dicho nombramiento transmite a la sociedad. Es afrentoso con las víctimas del padre del muchacho y con la sociedad toda que el hijo de un gran victimario se convierta en un alto funcionario del Estado, máxime cuando dicho nombramiento se le otorga a un parroquiano sin otra cualidad que pertencer a la rosca uribista. Es la arrogancia, el atropello, el «no me importa tu dolor», «es que aquí mandamos nosotros duélale a quién le duela»; y sí, nos duele.
Cómplices.
Dicen que un gobernante debe rodearse de gente de su entera confianza, y estoy completamente de acuerdo; lo que me causa curiosidad es que la gente en la que nuestro gobernante confía esté relacionada con el hampa, con las mafias, con lo más abyecto de nuestra sociedad, con las hienas de la codicia y la impudicia que, sin vergüenza alguna, dilapidan los dineros del estado en lujos, putas y whiskey. Porque al final lo que los une no es la amistad (no son capaces de tanto), es la complicidad de la lógica delincuencial, por eso se defienden y se nombran entre ellos, porque necesitan perpetuar el modelo y eso con gente honorable no se puede.
Más allá de la coyuntura.
Ser hijo de, siempre ha sido algo relevante en la sociedad, dinastías y monarquías han funcionado con esa lógica y hasta Corea del Norte en pleno siglo XXI se gobierna con la sucesión parental. Es famosa la historia de Calígula, tenebroso emperador Romano, que era hijo de Germánico, un general que tenía todo a su favor para ser el próximo emperador de Roma y murió envenenado antes de lograrlo. La gente entonces le atribuyó a Calígula las virtudes de su padre y el emperador Tiberio se vio obligado a adoptarlo como su sucesor y el resto ya es ampliamente conocido.
En Colombia hemos tenido presidentes familiares entre sí, Pastrana padre e hijo; Lopez Michelsen y López Pumarejo, Eduardo Santos y Juan Manuel Santos, Lleras Restrepo y Lleras Camargo y muchos otros de sus parientes cercanos han coqueteado con la primer magistratura y han deambulado por los grandes cargos del Estado y en el caso más reciente Duque. Hijo de un ministro funesto fue, como Calígula, adoptado por el tirano para que ostentara la primera magistratura, todo es un «nómbrame mi muchacho que yo te nombro el tuyo», todo es compadrazgo, camaradería.
Lo que más preocupa es que ese compadrazgo y camaradería sea una fluida relación entre élites locales, poder político y organizaciones criminales, todo guiado por la codicia y el afán vulgar de acumular dinero y propiedades a costa del hambre, de la enfermedad y de la ignorancia de un pueblo sometido al que matan una y otra vez. Las águilas acá son negras o verdes, dependiendo del ángulo en que las miremos, pero la sangre siempre es roja y no ha dejado de correr.
Adenda: Quizas el nombramiento del muchacho, es el precio que paga el régimen por el silencio del padre.