La primera vez que oí nombrar a San Cucufato pensé que era un disparate, como decir San Chilindrino o San Putipuerc, de hecho pensé que decían San Cucuflato y hacían referencia a otras cosas, pero no, San Cucufato fue un mártir de la iglesia que murió en el siglo VI en la actual Cataluña y en su honor se nombraron la localidad de Sant Cugat del Vallès y el monasterio vecino (En Catalán el tipo se llamaba Sant Gugat y en Latín se conoce como San Cucuphas). El caso es que como yo lo oí por boca de ese genial cantautor Madrileño que era Javier Krahe pensé que era en broma, porque las canciones de Krahe son picarescas. (ver enlace).

Esto viene a cuento porque en Cataluña y su zona de influencia existe una tradición supersticiosa de lo más singular, cuando uno pierde un objeto cualquiera, amarra un pañuelo con un cordel, y en voz alta recita: «San Cucufato, San Cucufato, los cojones te ato y hasta que no lo encuentres no te los desato», afirman los defensores de la pintoresca tradición que dicha oración extorsiva es muy efectiva para contrarrestar los adversos efectos del desorden; yo no la he usado, no soy muy dado a las supersticiones, pero se me antoja divertida. Agarrar un santo de los huevos y obligarlo a usar su brujería en favor de algo tan terrestre como encontrar un objeto perdido no es muy de católico que digamos, pero quienes mantienen viva la tradición son católicos o, por lo menos, dicen serlo.

No sé si sea lícito dentro del derecho canónico darle un apretujón testicular a un santo con fines profanos, ni lo que le hacen al pobre de San Antonio de Padua que lo ponen de cabeza para conseguir pareja, otra vaina rara. Vemos que la extorsión, desde la esfera simbólica al menos, no es considerada algo muy censurable en España, nuestros antepasados españoles trajeron a América esa linda tradición y la inauguraron al parecer con el ilustre don Atahualpa, a quien secuestraron, extorsionaron y asesinaron todo en nombre de Dios y la Santa Iglesia Católica.

Una interpretación interesante de todo esto es que la persona que agarra al pobre santo de los huevos se sitúa simbólicamente al nivel del santo, porque el santo con huevos y todo sigue siendo un santo, pero el cristiano que lo agarra es quien detenta en ese momento cierta autoridad, que no es una súplica, es un chantaje. Pero también es un acto de resistencia porque tal vez, secretamente, le permite a la gente desquitarse un poco de tantas imposiciones ominosas de santos y vírgenes.

De esta España iconoclasta me gusta sentirme heredero, de la España de Lorca, Machado y Miguel Hernández; de la España de Camarón, Amancio Prada y Luis Eduardo Aute; de esa España creativa y rebelde que no se dejó acallar, ni por las balas del generalísimo Francisco Franco ni por las sotanas de la Inquisición, porque heredamos muchos males, pero algunos antídotos y aunque la sombra de la Apostólica y la Romana alcanzó a eclipsarnos, no fue un eclipse total.

Mi relación con la Iglesia Católica ha sido complicada desde el principio, en tercer grado le pregunté a la maestra cómo era que antes del descanso decía que Dios había creado el cielo y la tierra y después del descanso nos hablaba de la evolución de las especies, algo no me cuadraba. Ella con paciencia me explicó que eran dos explicaciones distintas, pero que a ciencia cierta no sabíamos realmente cuál era el origen. Yo naturalmente veía con mejores ojos la explicación evolutiva y durante esos años me hice lector habitual de divulgación científica. En quinto de primaria y con pésimas intenciones le pregunté a la profe si Dios había enterrado los huesos de los dinosaurios con el ánimo de confundir a los científicos. No hubo explicación.

Con los años mi original repulsión por la Iglesia se fue modulando, empecé a valorar la música y la arquitectura, en parte, gracias al contraste con esos monumentos al mal gusto que son las iglesias protestantes con sus sillas Rimax, sus pastores sudorosos, vociferantes, mal encorbatados y el ruido infernal de una bola de energúmenos extáticos que malcantan a todo pulmón ese pop sacro de organeta. Luego vi que la religión católica era un pastiche de diferentes tradiciones religiosas del medio oriente mezclada con filosofía griega y que, en medio de tantos disparates, había aspectos rescatables, entendí que la figura de Cristo era un arquetipo y que ésta les podía servir como un faro moral a muchas personas.

No obstante, la iglesia católica encarna muchos valores cuestionables, que, aunque no los promulgue abiertamente, sí propicia su persistencia; clasismo, fascismo, racismo, machismo y homofobia se han impulsado desde los púlpitos. La Iglesia ha sido un bastión del conservadurismo político y todavía resuenan las palabras de Monseñor Builes diciendo que matar liberales no es pecado. Por esto es que celebro a los que se oponen a la iglesia, a los iconoclastas que ponen en entredicho sus dogmas, a los herejes que escandalizan monjas, a los artistas que se atreven a reinterpretar sus símbolos y desde luego a los audaces que se atreven a tomar a un santo por los huevos.