En esa pared que aún existe, se leía en grandes letras rojas y una bonita caligrafía: Cuba Sí. Yankis No. Eran los albores de la década de los años sesenta, no alcanzaba todavía mis diez años, a la par de la vida de la casa y de la escuela, de la pelota de fútbol, de las caminatas al río, de lo juegos, de las ciudades de hierro y los circos que llegaban cada año, del tren que no nos cansábamos de ver pasar, existía un mundo que los maestros, la radio, los periódicos, las revistas y hasta ese aviso de las letras rojas nos empezaban a mostrar, eran de lugares y sucesos que sentíamos lejanos y que fuimos aprendiendo a descubrir.

El rock con sus guitarras eléctricas y sus descargas de batería llegaba para quedarse, unos melenudos e irreverentes muchachos trajeron el twist, una nueva forma de bailar y de cantar; los primeros satélites artificiales se tomaban el cielo, el cosmonauta ruso Yuri Gagarin a bordo de una nave espacial se convertía en el primer humano en orbitar la tierra, años después el astronauta norteamericano Neil Armstrong sería el primer hombre en caminar sobre la luna; la atrevida minifalda llegaba como una rebelde moda de las muchachas causando escándalos a una vetusta sociedad; Jim Hines se convertía en el primer atleta que corría los cien metros en menos de 10 segundos; en los Estados Unidos su presidente John F. Kennedy  y  el líder  negro Martin Luther King Jr. eran asesinados; el médico sudafricano Christian Barnand realizaba el primer trasplante de corazón a un ser humano y los primeros radios de pilas parecían algo mágico.

Al país llegaba el Papa Paulo VI, el primer Pontífice de Roma en venir a Colombia;  la selección colombiana en el mundial de Chile empataba a cuatro goles con la selección de la antigua Unión Soviética (este hecho perduraría eternamente en la memoria futbolística de Colombia); emergía Martín Emilio, «Cochise» Rodríguez, para muchos el más grande de nuestros ciclistas. También en Buga pasaban cosas: el estudiante Jairo Potes Escobar, en medio de un paro estudiantil, era asesinado dentro del viejo edificio del Colegio Académico; una noche de navidad una granada estallaba en el batallón Palacé dejando varias víctimas civiles; era derribada de su pedestal con un petardo la estatua del prócer de la independencia José María Cabal; continuaban bajando de la cordillera, ya en los estertores de la fratricida violencia bipartidista, cuerpos de campesinos muertos; el presidente Carlos Lleras Restrepo inauguraba el Centro Agropecuario del Sena, tomaba  posesión Julián Mendoza Guerrero como el primer obispo de Buga; Bavaria cerraba su planta cervecera, se construía  la carretera variante (hoy la doble calzada).

Estos y otros hechos que escapan a mi septuagenaria memoria sirvieron de ventanas para empezar desde muy temprano a conocer el mundo y su vastedad con sus glorias y sus penas. Fantástica y gloriosa década de los años sesenta, la de nuestra infancia camino a la adolescencia, la del camino de la escuela al colegio, la que llegó para crear otro mundo.