Por: A. J. Parrish, filósofo y teólogo formado por los Jesuitas. Criado entre gatos en Bogotá. Profesor, ambientalista, admirador de la niña Sueca Greta Thunberg, lector voraz. Adoptado por Buga y compañero de Alice in Wonderland

En esta génesis del gusto por la radio, lo primero que recuerdo, es una caja pequeña, colocada en una ventana de la cocina en casa, que emitía voces humanas y sonidos musicales. Eran los años 1964-65 del siglo XX y todo eso ocurría en el contexto citadino de Bogotá, Colombia. En las mañanas los sonidos musicales eran unas trompetas vibrantes acompañadas de unos gritos particulares, que junto con unos violines formaban una melodía. Luego me explicaron que eso se llamaban Rancheras y que venían de un país llamado México. Era el gusto musical de las muchachas que nos preparaban los alimentos. Todas ellas suspiraban de amor por Pedro Infante, José Alfredo Jiménez o Javier Solís.
Eran mañanas paquidérmicas, donde el tiempo pasaba con una lentitud asombrosa. Estábamos en casa, junto a mis hermanos-as, abuelos, Papá y niñeras, pues no pisábamos una estructura escolar hasta los 6 años. El tiempo se iba en jugar a las escondidas, echar trompo y correr por la casa. Era un mundo en apariencia feliz… Cada cierto tiempo, se interrumpía la música y una voz agradable pero altisonante, decía: “El Reporter Esso, el Reporter Esso”, que años después se llamaría “El reportero Caracol, el primero con las últimas”. Esa voz, lo descubriría años después: era Eucario Bermúdez Ramírez, locutor insignia de Emisoras Nuevo Mundo, matriz de la Cadena Radial Colombiana en Bogotá. Era un boletín de noticias de la hora, de las cuales no recuerdo nada, pero si los gritos particulares de las Rancheras.
En la tarde, podíamos jugar en el piso de la biblioteca de Papá, que a la vez era su cuarto, quien nos dejaba hojear y ojear solo ciertos libros, que tenían ilustraciones y fotos muy grandes (Enciclopedia Estudiantil de Codex). El sintonizaba otro tipo de música, en una radio dentro de un mueble de marca Zenith, donde no gritaban, como en las Rancheras, y las melodías eran muy largas, por no decir eternas para el oído de un niño, y se identificaba con cuatro letras: “Emisora H.J.C.K. el mundo en Bogotá” yo me preguntaba: ¿Cómo puede caber todo el planeta en una ciudad? Lo que llegaba a mis oídos y luego a mi interior eran violines, trompetas, tambores, donde se combinaban, se separaban y de pronto entraba un piano. Luego, nos explicaba mi padre, que fue pionero del estudio en casa y a distancia, que eso era una sinfonía, o una pieza para piano solo, o un cuarteto, o una marcha (recuerdo perfectamente el gusto y la emoción que sentí al escuchar las de John Philip Souza, norteamericano).
Ya en las noches, ese mismo mueble parlante, emitía unos sonidos dulces y diferentes, rápidos y muy agradables que llegaban muy hondo. Años después supe que eso era música de Jazz y en la misma H.J.C.K. Estaba de moda el tema “Take-5” con Dave Brubeck y su cuarteto. De niño nunca supe quién lo interpretaba, me llegó la iluminación del título muchos años después. Todos en la casa paterna amaban la radio: mi abuelo tenía un Sanyo que funcionaba con baterías y compartía con la abuela, mi papá, aparte del mueble Zenith, tenía otro más pequeño y con onda corta, donde buscaba y escuchaba “Radio Habana Cuba”, cuyo lema era: “Transmitiendo desde Cuba, territorio libre en América”. Era curioso, pues todo el tiempo eran discursos de unos señores Castro (“Voces de la revolución”).
El gusto de mi abuelo, tal vez por su origen campesino, era Radio Sutatenza, “la potencia del pueblo colombiano”. Prácticamente una emisora de la Iglesia católica, donde daban consejos y asesorías de las cuales recuerdo un programa: “Charlas con la familia” con el P. Roberto Mora Mora. Años después me enteraría de todo el proyecto de Monseñor Salcedo y Acción Cultural Popular ACPO, desde el pueblo de Sutatenza, Boyacá. Con un triste fin: vendieron las emisoras y todas las frecuencias, que llegaban a países vecinos y toda Centroamérica. El negocio original era, destinarlas a reforzar el sistema de la Radio Nacional de Colombia, cuando misteriosamente, durante el gobierno de Virgilio Barco, resultaron en manos de Caracol Radio. Allí hubo “gato encerrado” y el que hizo las denuncias, en su momento, fue Manuel Cepeda Vargas desde las páginas del semanario “Voz Proletaria” en Bogotá. Monseñor Salcedo se fue a vivir a la Florida, EE.UU., su hermano Antonio José, Jesuita, era Físico y profesor, murió en un accidente de automóvil regresando de Sutatenza hacia la capital; su mano derecha en ese momento. De todas maneras el Proyecto de formación campesina, cooperativismo y de organizaciones de base continuó, ya sin emisoras, con la Acción Cultural Popular, y quedó limitado a la región del Valle de Tenza, Boyacá.

En casa, existía un aparato de T.V., pero su programación empezaba a las 4 o 5 de la tarde y se terminaba a las 11 de la noche. Lo único que nos dejaban ver era los dibujos animados, algunas películas, documentales y las transmisiones especiales: la llegada el Papa Paulo VI a Bogotá en agosto de 1968, los Juegos Olímpicos de Ciudad de México en octubre de ese mismo año, del alunizaje del Apolo XI en Julio de 1969. Desde ese año, no me pierdo transmisión de esos Juegos, a tal punto que uno de los formadores Jesuitas siempre me dijo, que: yo era un tipo muy “olímpico” (lo sigo tomando como un elogio).
La radio es un medio que permite hacer otras cosas, mientras la persona escucha”.
Monseñor A. Giraldo
Fe de erratas a la parte III: El segundo apellido de Manuel Cepeda es Vargas y no Castro. A. J. Parrish.
Me gustaMe gusta