La astrología sirve para tres cosas; la primera, para sacarle la rabia a los astrónomos; la segunda, para enredar jovencitas hambrientas por saber, fíjense en la ingenuidad, quiénes son; la tercera y más valiosa de todas, para guiarnos incluso hoy a través de un evangelio más escueto, un evangelio mundano y vulgar sobre las edades del hombre; por ejemplo, en el caso de Piscis, el último signo del zodiaco, se dice que corresponde a la última etapa de una persona, son los Piscis, pues, personas sensitivas, imaginativas y premonitorias a la vez que sentimentales, profundamente sentimentales porque tienen en su haber, ya no una realidad que fuera palmaria alguna vez, sino una materia gaseosa y delicada como un papel higiénico que se toca con los dedos mojados; los Piscis no son sino recuerdo, y entonces no los Piscis, sino las personas mayores, los ancianos que tenemos a mano y sabemos identificar en ellos lo antes dicho, nos cuentan y nos cuentan sus recuerdos, no su vida o su presente, no lo que almorzaron porque nada les gusta, sino lo que fueron y fuera su vida.
Uno, que se siente joven, no entiende aquello y le parece enternecedor eso que dicen: Tan bello el abuelo, decimos, pero a medida que vamos pasando por el valle de lágrimas que es la vida nos vamos volviendo, sin darnos cuenta, como ellos. Los recuerdos se nos van adhiriendo sin saberlo, entonces llega uno a la conclusión que las personas no estamos hechas de carne y hueso, o en un principio sí, pero luego nos vamos quedando solo con una sustancia más complicada, luego quedamos hechos de pura y física nostalgia, como los Piscis, claro, pero menos taimados. Quizá por todo eso es que existe el arte, la literatura y las matemáticas: una forma de poesía menos profana e igual de rara como cualquier variación. Una pintura nos dice, no sé qué, pero nos dice; un libro también nos dice, nos dice más que la pintura, nos envilece, nos arropa, nos canta, nos enamora, nos vuelve nada, nos aburre, nos deja en vilo; una canción nos arrincona, nos parte, nos deja ser o dejar de ser, nos ayuda a calmar, pero nunca a olvidar; una canción nos acerca a dios o al ateísmo, al tomismo o la filosofía agustiniana, fíjese usted, pero también a Leo Dan, para allá voy.
Al hombre que trabaja, dios lo respeta, pero al que canta, dios lo ama. El que canta, ora dos veces y cuando el hombre ora, habla con dios. Esto último lo dijo San Agustín; lo primero, Rabindranath Tagore, pero yo no lo escuché por ellos, lo escuché por Leo Dan, y a Leo Dan lo escuché por mi mamá, y mi mamá, aunque a veces le habla a dios, le chifla al mundo y me quiere a mí, sobre todo ha manifestado su afecto a través de Leo Dan, de Vicky y otra gente, por eso no me voy a detener a hablar de pintura ni de literatura, sino de música, de nostalgia y Leo Dan. Yo nunca entendía por qué en la casa no podía escucharse Noches de Bocagrande, mi mamá no dejaba, decía que esa canción la hace llorar; lo cual es una cuestión terrible, ya que es una canción preciosa, imagínense una luna plateada y el mar bordando luceros en el filo de la playa al vaivén de una hamaca que se mece en frente del Pacífico colombiano, ¿Por qué mi mamá no deja?, me preguntaba, luego las cosas se pusieron peor, ya no solo era esa canción sino el tango en general; o sea, en la casa no se escuchan tangos, porque también la hacen llorar, a mi mamá que nunca lloraba, salvo cuando se encerraba en un baño, porque es de las que llora en el baño, pero con el tiempo uno la entiende, uno entiende que las canciones no son solo canciones, sino dispositivos de la memoria y el corazón, como un álbum fotográfico para el oído, así como los poemas hacen lo propio con los ojos o los dedos de los ciegos.
Ahora, a estas alturas, uno se da cuenta que es perfectamente normal eso que sucedía. Cada vez somos más Piscis, por decirlo de algún modo. Nos sumergimos en nuestras culpas y nuestras nostalgias, lo que se quiso y no se pudo, lo que dejamos ir porque las manos se nos volvieron agua por ingenuidad, inmadurez o falta de valentía, qué poco valientes somos, incluso para determinar cuándo lo más sensato es ser cobarde. Los productos de la inventiva humana nos atacan sin miseria, estamos condenados a eso: ir caminando por la vida viviendo experiencias que luego quedan hechas recuerdo, la nostalgia es el motor de las lágrimas que caen en silencio. Mirar hacia atrás nos hace llamar suspiros; claro, a veces nos da alivio porque mirar hacia atrás es saber que terminó la universidad, la maternidad o ese viaje horrible que todos hemos hecho, pero sobre todo es nostalgia, no tristeza, pero sí un deseo de querer volver atrás no se sabe bien a qué, pero sí hacerlo. Apenas voy entendiéndolo, pero ya estoy viendo la afección. Ante eso aparecen las otras cosas como si fueran un mecanismo donde se queda guardado el recuerdo y cuando accedemos a este se dispara, a veces sin darnos cuenta ya estamos con los ojos vidriosos porque sin saberlo teníamos el trauma. Lo dicho, somos pesces avanzando en medio de nuestras melancolías, los anhelos que se van perdiendo y el acumulado de recuerdos que se van ganando en un “mar bordando luceros en el filo de la playa”.
«Nos sumergimos en nuestras culpas y nuestras nostalgias, lo que se quiso y no se pudo, lo que dejamos ir porque las manos se nos volvieron agua por ingenuidad, inmadurez o falta de valentía, qué poco valientes somos, incluso para determinar cuándo lo más sensato es ser cobarde.»
Buen amanecer, he traído sus palabras hasta aquí, para manifestarle con ellas el poder que encierran, con sumo respeto, siento, que no alcanza a verlo, porque surgen de usted, como surge el agua del nacimiento, ignorando que ha de hacerse mar.
Lo contenido en este texto, es la síntesis de la vida de la mayoría de las personas, incluida yo, lo que hace que terminemos, como el hombre de aquella película (cuyo nombre desconozco), en la que coincidí dos veces en el mismo punto y, cuyo monólogo rezaba «Al final de mi vida, sólo tengo lamentaciones, lamento haberme casado con una mujer que no amé y no haberme casado con la mujer que amé toda mi vida… «-
Joven Camargo, usted asiste con sus palabras como se asiste al parque, y expone con ellas, el teatro de la vida, en forma magistralmente poética. Gracias por tan bonito retrato de nuestras humanidades, desde el sino del pez y los Piscis.
Gracias estimado Federico Nieves, por haber abierto esta puerta.
Con el permiso de ustedes, también lo compartiré.
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