Un ritual tácito en mi familia es que cuando alguien llega de viaje, entre lo que uno se muestra y se cuenta, hay un espacio especial para la música; nos encanta compartir las maravillas musicales que hemos descubierto durante el tiempo de separación. Hace más de 20 años mi madre me dijo que quería que oyéramos un casette de vallenatos que un amigo le había regalado. Yo, que por esos días andaba peleado con el género por culpa de Los diablitos, Los chiches y otros mojoncitos por el estilo, al oír la palabra vallenato hice una mueca de desagrado, lo relacioné inmediatamente con esa música de buseta destartalada llena de peluches sucios y luces que no prenden. Mi madre, que me sabe víctima cotidiana de mis prejuicios, insistió y al oírlo, sentí que estaba frente a otro vallenato.

Este era un vallenato con guitarras grabado en alguna parranda y sin las afectaciones corronchas de los estudios de grabación. Era un vallenato orgánico, genuino y sentido; al oírlo se podían oler las telas de las hamacas, el techo de palma y percibir la amistad profunda de los cantantes entre canciones y chistes.

Hasta ese momento para mí el vallenato se dividía en dos: el bueno y el horrible. El bueno a su vez se componía de la música de Alejo Durán por un lado y el resto de juglares por otro. Alejo Durán era ese señor de mis vacaciones infantiles en Planeta Rica que todas las tardes pasaba en su bicicleta y saludaba a mi bisabuela cuando ella salía a recibir el fresco de la tarde en su mecedora. Yo mientras tanto jugaba con algunos carritos acuclillado en la calle, usando el andén como autopista. Ella amaba la música de Alejo y yo aprendí a amarla también. Alejo componía, cantaba y tocaba el acordeón con maestría, tenía una sabrosura inigualable para usar los bajos del instrumento, se desenvolvía con naturalidad en todos los ritmos vallenatos. Alejo era como Pelé, el eterno rey indiscutible. Después de Alejo, el diluvio.

Alejo Durán el primer rey vallenato, Foto: https://www.scoopnest.com/

El problema del cassette de esa parranda es que solo decía Carlos Huertas y durante muchos años estuvimos convencidos de que todas las canciones eran composiciones de él. Un día, un amigo momilero, ilustre descendiente del almirante José Prudencio Padilla, me dijo que el compositor de las primeras canciones era un tal Hernando Marín, yo apunté el nombre y cuando tuve la oportunidad lo busqué en Youtube y me encontré con una mina de oro. Efectivamente Hernando Marín era el compositor de esas canciones y de otras más famosas como «La creciente» (Binomio de Oro) o «Lluvias de verano» (Diomedes Díaz).

Hernando Marín Lacouture – La Dama Guajira

En la búsqueda de internet encontré una canción muy linda de Hernando Marín que se llama «Ese soy yo» y tiene unas estrofas que nos sirven para estimar el nivel lírico que tenían sus composiciones.

“Yo siempre llevo en mi pecho enamorado
el motivo de los sones de mi tierra
en mí no existe la traición ni el desengaño
porque soy una canción en hora buena

Y mi poema reflejo de luna llena
es la imagen clara de un retrato hablado
me identifico con las aves de la sierra
con los sones de mi tierra
no hay quien diga lo contrario

Porque soy hecho de un pedacito de verso
yo nací de un primer beso
porque yo soy el mayor de mis hermanos…”

Buscando encontré también que muchas canciones de Hernando Marín fueron grabadas por famosos exponentes del vallenato, pero yo seguía prefiriendo las grabaciones caseras, con guitarras y sin pretensiones, las reuniones entre amigos en parrandas a las que ahora por suerte podemos ser invitados anónimos. En esa búsqueda me encontré con intérpretes maravillosos como Michelo Marceles o Juan Pablo Marín quién interpreta de manera magistral las canciones de su padre, el gran Hernando.

Michelo Marceles y Abraham interpretan Ese soy yo de Hernando Marín

Una idea muy popularizada sobre el vallenato es que hubo un glorioso pasado lleno de buena música y poesía, que los primeros sucesores de Francisco el Hombre recorrían pueblos y caseríos deleitando a la concurrencia con su ingenio y talento interpretativo y que paulatinamente este idílico pasado se fue degenerando hasta llegar a la escena actual en la que el vallenato está monopolizado por unos intereses económicos extraños y cuyos exponentes más reconocidos producen piezas musicales desechables, falsos éxitos de un día que se imponen en las emisoras a punta de dinero; resulta triste cómo ahora las letras del vallenato de emisora son cosas como «La pelaíta chicle» que dice:

Ya llegó la pelaíta chicle
Ella quiere que me la mastique
Y esa es mucha pelaíta chicle
Se te pega y no hay quien te la quite
Esa es mucha pelaíta chicle
Se te pega y no hay quien te la quite…

Esta idea del idílico pasado perdido es tentadora, pero falsa. La mejor noticia que para ha tenido mi encuentro con la música de Hernando Marín es descubrir que esa región de Colombia sigue prodigando compositores. Gracias a los videos de Michelo Marceles descubrí a un gran compositor llamado Mancel Cárdenas quien junto a Curry Carrascal, Juan Ariel Hinojosa o Adrián Villamizar hacen parte de una constelación de músicos honestos y comprometidos que con sus versos y melodías siguen honrando la canción vallenata.

Mancel Cárdenas – Canción a mi hijo

Pero mientras los videos de «La pelaita chicle» tienen dos millones de visitas, preciosuras como «Palomas que van sin prisa» de Adrián Villamizar no pasan de 300 visitas. Los medios masivos de difusión de la música vallenata son ahora medios de disfunción o medios de defunción que han cubierto con un manto de ramplonería y banalidad la música del Caribe Colombiano. Como decía el gran Pablo Flores: “No soy enemigo del vallenato, pero me tiene aburrío, apenas yo me levanto, es vallenato corrío…”. La corrupción en las emisoras hace que un músico deba pagar por sonar y esta dinámica perversa ha producido la pauperización y la homogenización del paisaje sonoro, no solo lo que suena es malo, sino que, además, es muy parecido entre sí.

Adrian Villamizar – Palomas que van sin prisa.

Por fortuna en la región de San Juan del Cesar, Urumita, Villanueva y Fonseca, todavía andan muchachos con una guitarra al hombro o sentados debajo de un almendro buscando versos y acordes para enamorar a una muchacha, sin más anhelo que conseguir un sí. Aún podemos deleitarnos con el vallenato sincero de los hijos espirituales de Francisco el Hombre, esos que todavía le cantan a la luna Sanjuanera, a las calles y las mujeres de sus pueblos, esos que se reúnen bajo un techo de palma a oficiar el sagrado oficio de la parranda, armados de guitarras, talento y corazón.