
Hace unos pocos días el presidente Duque fue a Leticia en el marco de la PreCop en la que se tratan temas ambientales. En esa reunión aparece una imagen que sintetiza la matriz ideológica del gobierno de turno y en general de la élite colombiana sobre el lugar social del indígena. En la escena, delante de la mesa, se ven indígenas sentados con su típica vestimenta. Todo el mensaje semiótico es indiscutible para no errarle al diagnóstico y ver ahí a indígenas. En esa escena, grotesca, el indígena es decorativo, es un elemento más de la biodiversidad selvática, quizás más natural que exhibir una guacamaya.
Pero esta matriz ideológica es bien compleja y no se limita al mundo indígena bastante subalternizado, temido cuando está organizado y atacado cuando se atreven a protestar y entrar en los barrios supuestamente límpidos de huellas raizales. En está matriz también ocupan un lugar central los negros. En Colombia, en los informes poblacionales del Estado, hay cuatro tipos de negros étnicos: la comunidad negra, la población afrocolombiana, la población raizal y la población palenquera. Las diferentes categorías del Estado hablan, un poco, de cierta dificultad de conjunto, de una lógica de exclusión en la que cuesta asumir a Colombia como nación negra. En esa categorización a su vez, lo negro se exotiza, se vuelve epidérmico, folclórico.
Veamos el último tipo de negros étnicos que se refiere a los casos de San Basilio de Palenque (Mahates – Bolívar), San José de Uré (Córdoba), Jacobo Pérez escobar (Magdalena) y La Libertad (Sucre). Centrémonos en un gesto de Duque: para inicios de 2019 estuvo en San Basilio inaugurando la “Ruta Cimarrona”, un circuito turístico que conectaba a la población con otros atractivos naturales, locales, poblacionales. En esa visita el presidente denominó a Palenque como “museo vivo”. ¿Pero qué significa que una población sea llamada museo vivo? No pretendo dar una respuesta cerrada, pero creo que parte de la respuesta se encuentra en el racismo estructural.
En Brasil se inauguró, en el 2007, un parque memorial, temático sobre el Quilombo dos palmares. Este lugar fue un afamado territorio habitado por negros libres que se resistieron a ser esclavos a siglos del fin formal de la esclavitud. En este parque, se construyeron a escala real todo tipo de edificaciones, incluso se contrataron personas, negras por supuesto, para que actuaran y simularan la vida dentro del Quilombo.
En Colombia, Palenque representa esa idea, con la ventaja neoliberal de que no se necesita contratar a nadie pues todos son actores naturales y ni siquiera se necesita invertir en ambientar ningún lugar: la precariedad a la que ha sido víctima la población se eleva como un atractivo histórico y turístico. Se mezclan, en esa mirada, las gestas de la resistencia esclava y de la independencia criolla en un sólo lugar mítico. Todo a fin de monetizar la marginalización y elevar financieramente los circuitos turísticos. Museo histórico, antropológico, parque natural, lugar de interés etnográfico, todos los atractivos juntos para ser explotados monetariamente.
Museificando el territorio (y su población) y transformando sus personas en meros personajes se traza una frontera entre el pasado y el presente, entre lo que “fuimos” y lo que “somos”. La mirada del espectador, sea cual sea el interés en sus ojos, marca una distancia con los palenqueros que el gobierno quiere enmarcar como una práctica de museo, una práctica del mirar muy ritualizada y perversa cuando lo que “está en el museo” son personas. Ellos se presentan lejanos, en un lugar casi inescrutable y en un tiempo pretérito. Nosotros, en esa práctica del mirar propia del museo, seríamos los modernos colombianos que en ellos encontramos nuestra frontera y nuestro pasado.
Piensen además qué significa para el desarrollo tecnológico, de infraestructura, de acceso, etc., de una comunidad que se la clasifique como museo vivo. Considero que debe haber otras formas de cuidar, potenciar, expandir unas formas culturales específicas, unos rituales y una lengua que no siga ese camino. La figura del Estado es transformada en la del curador que resguarda las reliquias del museo: que no se empolven demasiado, que no pierdan su atractivo.
El racismo es estructural, esto significa que en muchos gestos está presente, que no se requieren emitir enunciados estruendosos, como los más fascistas. El racismo es un complejo fenómeno que aún se está estudiando a fondo. No podríamos delimitarlo en unos enunciados vituperantes o unas leyes explícitamente discriminadoras, hace parte de cierto día a día y se esconde en las partes más luminosas de nuestra percepción.

Es una lástima, que en nuestra «Apagonia» se vitupere la humanidad e idiosincrasias de las dos etnias que sacan la cara por éste mestizaje rancio y decadente, gracias al linaje español, tan gallardo y podrido.
La fotografía es bellísima con su ausencia de color.
Más es vergonzoso, que en en este país de tan diversas geografías físicas y humanas, encontremos en pleno siglo XXI que la miseria material sea contrarrestada por la riqueza interior de quienes habitan estos lugares, tan opuesto a los lugares donde el lujo prima y el humanismo es precario. Todo esto sucede en el mismo país.
Gracias, por su escritura, Gero.
La compartiré.
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