La pandemia tiene su lado estimulante. Y es que lo trágico, lo monstruoso y lo terrible ejercen en nosotros una extraña fascinación. He leído algunos libros de la Biblia (no lo vuelvo a hacer) y ninguno tan entretenido como el Apocalipsis. La parte más adorable de la Divina Comedia es el infierno. El momento cumbre de la Ilíada es la muerte de Aquiles y Romeo y Julieta no sería lo mismo sin veneno.

La curiosidad se estimula también con lo ominoso y a mí, entre tantos aspectos de la pandemia, la relación entre el virus y los algoritmos me ha llamado poderosamente la atención. Puede parecer descabellado, pero cuando empecé a leer sobre las variantes del virus, con lo primero que las relacioné fue con algo denominado: algoritmos genéticos.

Los algoritmos genéticos son una técnica inventada en 1975 que imita los postulados de Darwin para buscar soluciones óptimas a un problema determinado. La estrategia que emplean es sencilla: se crea, no una, sino una población de soluciones todas factibles pero diferentes entre sí. Estas soluciones son ensayadas, asignándosele a cada solución individual un puntaje de acuerdo con su calidad; luego la o las soluciones más destacadas se emplean como semillas de la siguiente generación de soluciones a las cuales. Este proceso se repite, y esto es algo clave, una gran cantidad de veces. Si el algoritmo está bien codificado, con el paso de las generaciones se irá optimizando de manera automática. Tanto, que es frecuente decir que el algoritmo “aprende”. Estos algoritmos hacen parte de la computación evolutiva y son también considerados inteligencia artificial.

En el video se puede ver este proceso en funcionamiento. El objetivo es que el software aprenda a recorrer la pista sin colisionar con las paredes y a optimizar la velocidad. Notemos que muchas soluciones son absolutamente inservibles pero la selección del mejor como la semilla de la siguiente generación le va permitiendo al sistema ir encontrando aquellas soluciones que se van acercando a la solución óptima. Realmente no hay mucho de inteligencia aquí, es la persistencia y el gran número de soluciones evaluadas lo que crea ese efecto.

El virus SARS-COV2 nos ha permitido ver la evolución en unas escalas de tiempo bastante inusuales. Esto ocurre porque en cada persona contagiada el virus se replica millones de veces antes de migrar a los siguientes contagios. Como es un virus nuevo para los humanos, su adaptación inicial a nuestra biología no era óptima y además en un principio nadie tenía anticuerpos para enfrentarlo. Las condiciones estaban dadas para que se produjese un fenómeno de una gran cantidad de infectados y la correspondiente optimización del virus a las características de las células humanas.

De los millones de copias que genera el virus en cada contagiado, un pequeño porcentaje sufre mutaciones aleatorias, la gran mayoría de estas mutaciones son inservibles, pero eventualmente surge una mutación con características mejoradas para replicarse entre los humanos, ya sea porque sobreviven más tiempo, porque pueden producir más copias o porque pueden contagiar más rápido. Con el paso de los contagios y el tiempo, se van decantando las cepas mejoradas y las cepas originales van quedando rezagadas.

Una técnica inversa fue usada para producir virus “debilitados”. En el siglo pasado, infectaban con sarampión decenas de generaciones de pollos. Con el paso de las generaciones, el virus se hacía cada vez más eficiente para atacar los pollos, de tal manera que luego, al ser inoculado a los humanos, sus efectos eran mucho menores. Estas cepas del virus eran usadas para vacunar a la población contra el virus original.

Resulta clara la semejanza entre la evolución del virus y la optimización del algoritmo, los dos sistemas van creando copias ligeramente diferentes de sí mismos y se van decantando aquellas versiones más eficientes, unas para contagiar personas y otras para resolver problemas. La fuerza de unos y otros depende en gran medida de la cantidad de copias y la cantidad de veces que se puedan filtrar las mejores soluciones, entre más oportunidades tengan los algoritmos y los virus, más prolijos ser harán los primeros y más contagiosos y resistentes los segundos. Es por esto perentorio evitar, en la medida de lo posible, ser el huésped de unas nuevas generaciones del virus, sería muy lamentable, aunque muy improbable también, que el bicho maluco este lograse mutar hasta el punto en que el efecto de las vacunas sea despreciable. Por ahora, y aunque los contagios estén muy reducidos, nos toca seguir manteniendo las medidas de bioseguridad.