Después de leer el artículo “Vacunas, un juego que las farmacéuticas prefieren con las cartas tapadas” publicado en el periódico El Espectador, me quedó la sensación de impotencia y de desasosiego por el boroló de la compra de las vacunas para el Covid-19 en Colombia.

Según esta publicación, las farmacéuticas solo acceden a vender las vacunas, si y solamente si, los Estados firman acuerdos de confidencialidad. Con la aceptación de estas cláusulas no hay forma de saber cómo estas multinacionales han negociado con cada país. No se tienen palabras para describir cómo quedan sometidas las naciones; dicho de otra forma, menos elegante, casi todos los países están cogidos por las pelotas por la posición dominante de estos laboratorios en el mercado (conocidas como big pharmas companies).
Sumado al escenario de sometimiento, el Estado colombiano se negó a apoyar y participar en la iniciativa de algunos países de Latinoamérica, para negociar como bloque con las farmacéuticas y quizás obtener mejores condiciones en los contratos de suministro de vacunas. El país del Sagrado Corazón decidió negociar solo y a la fecha hay asombrosos resultados: no se tiene claridad si ya se firmaron los contratos; total incertidumbre en la fecha de inicio del programa de vacunación y el pico actual de contagio ha superado el máximo registrado en agosto de 2020. Mientras tanto, la vacunación ya inició hace varias semanas en México, Argentina, Chile, Costa Rica, Brasil, y acaban de llegar veinte mil dosis de la Sputnik V a Bolivia.
Es triste pensar que esta condición de sumisión de Colombia frente a la consecución de vacunas, es reflejo de un Estado débil, cortoplacista, que nunca le ha apostado a una inversión sustanciosa en investigación en las diferentes áreas del conocimiento. Para muestra un botón: hace unos meses leí un artículo sobre aquella época en la cual el Instituto Nacional de Salud de Colombia (INS) hacía investigación, producía vacunas para las necesidades internas y para exportación.
El INS nació en 1917 como un laboratorio privado fundado por Bernardo Samper Sordo y Jorge Martínez Santamaria, quienes a raíz de un caso de difteria y una mordedura de un animal con rabia en uno de sus familiares, los motivó a estudiar opciones de cura para estas enfermedades. Años después, el Estado compró el laboratorio y fue adherido al Ministerio de Salud.
En el INS se estudió la viruela y produjo la vacuna que ayudó a su erradicación; colaboró con la reducción de la poliomielitis; se desarrollaron vacunas y biológicos contra la rabia, fiebre amarilla, tétano y, como lo mencionan en su sitio web, produjo los mejores sueros antiofídicos del continente. Tuvo una buena producción científica y en sus laboratorios, diferentes investigadores aislaron virus, caracterizaron parásitos tropicales, estudiaron la lepra y la tuberculosis. Esta fue una de las tres instituciones de salud más importantes en Latinoamérica.
Hacia finales del siglo XX, el INS continuó produciendo vacunas; sin embargo, con la adhesión a diferentes acuerdos internacionales, llegó el momento en que el Instituto debería invertir recursos en infraestructura, actualización tecnológica en procesos, para estar en línea con los estándares de producción de vacunas y otros biológicos. En ese momento, cuando el apoyo estatal era necesario, este no llegó y al contrario se hicieron reducciones. Las plantas de producción se cerraron y las vacunas se dejaron de fabricar, vacío que fue aprovechado por laboratorios privados y farmacéuticas.
Si hace 20 años se hubiera apoyado el Instituto con renovación de la planta física, equipos de laboratorio, proyectos de investigación, creación de convenios con universidades, farmacéuticas u otros laboratorios de este tipo en Latinoamérica, probablemente se tendría la experiencia acumulada capaz de estarle haciendo frente a la pandemia con una aproximación diferente a la actual, brindando al Estado colombiano mejores condiciones de negociación y quizás, avanzando en un desarrollo propio de una vacuna o de tratamientos médicos.
La reducción en el apoyo al INS es un buen ejemplo del desinterés que ha existido y existe en nuestros gobiernos para invertir en ciencia y tecnología. Con la actual situación de las vacunas para el Covid-19, cabría una pregunta: ¿Cómo hubiera sido afrontar la pandemia con un Instituto fortalecido en todos los aspectos? Y a futuro, ¿será que, después de que el Covid deje de ser noticia, habrá un cambio en la inversión en investigación y ciencia?
Se dice que de las crisis se debe aprender. Lastimosamente, soy pesimista. El Estado colombiano no va a aprender mucho y seguirá con las pobres políticas de apoyo a la producción de conocimiento en Colombia. Tal vez para la futura pandemia, que según los gurús se viene en la próxima década, seguiremos, como San Cucufato, cogidos de las pelotas por las farmacéuticas.
