Mire, profe, usted sabe que yo vivo en El Vínculo… me decía la Hormiguita, una peladita vivaz, de esas que se mueven a toda hora, con una picardía que hacía que todas las cosas de la vida las pillara en el aire, ya fueran asuntos de su edad o de mayores.

Pues me contaba que a El Vínculo había llegado un circo y llevaba como un mes allí, la miré interesado. Siempre me han gustado todos los circos, incluso los pobres con las carpas llenas de agujeros, vestuario remendado, artistas tan funcionales que ya son magos o trapecistas o malabaristas o taquilleros o porteros o vendedores de crispetas. Pero un circo en esa vereda, donde habrá mil o dos habitantes ¿de qué podrá vivir?, me preguntaba.

Profe, y nosotros vamos todas las tardes al circo. Cada uno empaca algo de su comida: tajadas, arroz, huevos, pedacitos de carne y armamos ocho comidas porque son ocho artistas y ellos nos repiten los mismos actos. El malabarista que además es mago, hace los mismos juegos con unos tres pelotas que de lo viejas ya no tienen color y saca un manojo de cartas casi desechas en un truco en que siempre la carta oculta es un cinco de corazones.

Y la Hormiguita me contaba que al terminar la función, el payaso que también era lanzador de cuchillos y presentador decía: aquí anochecemos pero no amanecemos y agradecía porque nosotros éramos el mejor público que habían tenido en su larga gira por 25 paises.

Y remataba Hormiguita: Pero esta mañana que me vine para el colegio, todavía estaba allí. Por eso dicen que se despide más que circo pobre.Pero el circo de la foto ya no se despide. Llevaba como tres fines de semana haciendo sus funciones de despedida y los sorprendió la cuarentena junto al terminal de Buga. Podemos suponer por el buen estado de la carpa y los autos que no es un circo de pobres. ¿Pero dónde están sus artistas? ¿Algunos harán malabares o acrobacias en algún semáforo? Menos mal -pienso yo- ya no se permite que haya animales en los circos, porque como harían para alimentar los tigres, los elefantes.Ah, los elefantes. Vidal Elías, el ya finadito Vidalito, si que estaba pendiente de los circos.

Su interés nació una noche en que como todas las noches salió rumbo a su casa, de “Nataly”, el bar en que se siempre tomaba unas cuantas cervezas. Carmelita, la patrona, estaba diciendo que ya Vidalito debía estar tocando para que le abrieran, cuando el hombre apareció en la puerta. Agitado, temblando, pero sin el menor asomo de borrachera y decía con voz entrecortada que había visto un elefante.

Deliriums tremens, diagnosticaron los borrachos más avezados y comenzaron a tomar el pelo, preguntado por el color del elefante, el largo de sus colmillos, mientras Vidalito apuraba una cerveza e insistía en que había visto un elefante. Vidalito “el cornaca” dijo alguno de los borrachos porque había leído que así se llamaban los cuidadores de elefantes.

La noche se alargaba. Vidalito seguía cerveza en mano asegurando que había visto un elefante, pidiendo que alguno lo llevara a casa. De pronto el bar se oscureció. Se fundió la lampara de la calle, dijo alguno, mientras dirigían la mirada a la puerta, todos temblaron cuando vieron que por la calle caminaba el elefante de Vidalito. Sí, era un elefante del circo que había en el pueblo que se había escapado en busca de hierba para alimentarse.