
Para la segunda mitad del siglo XIX se presenció una ola de aboliciones formales de la esclavitud en muchas naciones. Si bien las fechas no fueron totalmente fijas hay cierto consenso para ubicar un año que usualmente se refiere a un pacto específico o la firma de un documento: En Colombia fue en 1851, En España, con todo un aparato confuso se extendió al 1886, para Francia tenemos la fecha de 1848, para Estados Unidos 1865. Bien sabemos que la firma de un papel, aunque imprescindible no resulta un mecanismo automático. De ahí que la historia de racismo hacia los negros tenga una historia posterior complejísima. Tomemos, por caso, la vida de Rafael Padilla. Esta historia que me parece interesante por varios motivos, entre ellos, porque nos permite reflexionar sobre cuestiones de raza y clase y de las relaciones entre el “viejo” y el “nuevo” mundo.
Rafael nació en Cuba en 1886, hijo de esclavos, vendido, años más tarde, en un lote enviado a España. En su nueva tierra, debiera verse liberado de ser esclavo, pero lo fue durante unos años más. Sin embargo, un día se escapa y queda “libre”: liberado de su antigua suerte a otra, ambas angustiosamente trágicas. Mucho peor la condición jurídica de la primera, pero la segunda, sin condiciones sociales óptimas, resulta en harto tormentosa.
¿Qué lugares sociales les quedaba además de laburantes precarizados casi esclavos, qué lugares además de ser cuerpo de cañón en las diferentes guerras, en la iluminada Europa, cuna de la democracia y el saber? ¿Qué formas tenían para inscribirse en la sociedad? Para muchos, los más condescendientes, los negros podían ser admitidos en sus clubes, pero para que entretuvieran a los espectadores: ver a un casi-humano imitar al civilizado les resultaba muy jocoso. Así, en los circos, en los Freak show, en los bares para extranjeros despreciados, en los barrios para marginados encontraban ciertas formas para sobrevivir.
Rafael, en España, encuentra trabajo como criado y como ayudante de un payaso inglés, que finalmente lo incluye como parte de su show gracias a las formas de bailar de Rafael. El payaso inglés renombró a Rafael y ya sería conocido y afamado como Monsieur Chocolat, porque después el show se traslada a Francia, la de la Belle Époque, y trabaja con un payaso de aún más renombre. Todo esto mientras Rafael tenía alrededor de 13 años. Las habilidades para las acrobacias y el baile de Rafael fueron dándole notoriedad además de, por supuesto, ser un negro entre blancos que lo consideraban un cuasianimal salvaje domesticado, de ahí que él “monsieur” sea paródico por su edad y su “condición” de negro.
Chocolat tuvo “éxito” en la sociedad parisina, se lo recuerda en parte porque Toulouse-Lautrec, otro tipo de marginado físico, tuvo el ojo para dibujarlo mientras bailaba en un bar para la otra sociedad en París. Tal fue la notoriedad de Chocolat y Footit que fueron filmados por los Lumière. Su éxito se debía también a que con ellos se viró la forma de hacer la pareja cómica entre el payaso cara blanca y el augusto. El sagaz y el incauto, el civilizado y pulcro frente al salvaje, el blanco y el negro. La pareja generó una gran impresión y entretenía perfectamente a la burguesía parisina.

Chocolat dejó de ser la sensación negra en los shows de entretenimiento porque llegaban de Estados Unidos a Francia nuevos bailarines negros. En su declive, Chocolat probó suerte en el teatro, pero ya eso era, quizás, desafiar mucho la seriedad y elegancia que podía llegar a tener el teatro. Quizás fue también el deseo de representar a Otelo de forma más realista ¡¿Chocolat de Otelo? Una locura! Representar a Shakespeare, un gran genio de la humanidad, era demasiada ambición para un negro.
La vida de Rafael nos habla un poco sobre la dificultad de la población negra para que sea integrada, incluida, incorporada totalmente y de forma sana. Incluso a siglos y kilómetros de diferencia. Fíjense que, en Colombia, hasta hace poco más de cinco años un personaje “cómico” salía en un programa de televisión afamado, el soldado Micolta, en la que una persona se pintaba de negro para representar un negro. La figura del negro, en Colombia, aparece con la misma lógica (casi intacta a través de siglos) de entretener, de ser un atractivo, de ser objeto de burlas, de ser una persona anómala en el espectro social considerado como decente y deseable.
