Inconsolable, así estuvimos muchos y muchas cuando nos dejaron por primera vez. El amor de adolescente era así, quizá no había futuro, pero en ese presente todo se movía, todo eran erecciones, besos lúbricos, respiración agitada y cachetada porque en medio de eso, una mano agarraba la nalga. Y claro, cuando te dejaron dolió; y no sé si era por el imaginario con el que se construyó la primera relación o en su defecto, porque de verdad, nos enamoramos. En mi caso, lloré lo suficiente como para no volver a hacerlo.

Pero hubo otros amores, o más bien, situaciones poco fáciles de describir; y lo digo así porque a diferencia de los galanes de mi época, en aquel entonces yo era un mechudo que militaba en la Juventud Patriótica, usaba botas platineras y pretendía entender a Marx; algo que, de entrada, ahuyentaba a muchas de las chicas que me gustaban, y más aún, cuando confesaba que no me gustaba bailar; de todas maneras, había curiosas.

De ese grupo, algunas me pusieron cuidado, y como a mí me gustaban más que Marx y la revolución, pues terminaba en sus fiestas o visitando sus casas en vez de programar la actividad del siguiente paro. Realmente yo era un mal revolucionario, aunque sí me gustaba mucho leer a Marx, pero creo, y aún lo sigo creyendo, que es más interesante dialogar con una mujer que entregarle un día entero a un libro; y como supongo que otros piensan lo contrario, solo tengo para mi defensa eso que Gabo nos enseñó en “El amor en los tiempos del cólera”: que uno viene al mundo con los polvos contados, y los que no se usan por cualquier causa, propia o ajena, voluntaria o forzosa, se pierden para siempre.

De todas formas, tampoco es que hubiera mucho amor durante esos años que podrían ser conocidos como: ‘los años desiertos’; es decir, secos, áridos, con pocas posibilidades de sobrevivencia y reproducción -por fortuna está última parte-. Y así pasé la universidad, porque además de feo y pobre, vendía chance, como dijo el gran Rigo. 

No sé si esa soledad fue importante para pensar más en el amor, pero hacerlo con la idea de deconstruirlo y fabricar mi propio concepto alejado de las novelas que mi tía se veía, y más bien cercano al liberalismo que comenzaba a profesar, me sirvió para entender que solo lo encontraría el día en el que no me cansara de ver y escuchar la misma historia una y mil veces, si fuese necesario, con tal de hallar un tema que disipara la rutinaria cotidianidad. 

Ese día llegó cuando la conocí a ella, la mujer que se aguanta mis innumerables variaciones y personalidades. Y creo que llegó el amor porque su presencia me lleva a todas mis fases, a mis personalidades, me deja vivirlas y, contrario a lo que me había ocurrido antes, hoy siento que por más solo que desee estar, cuando busco compañía, ninguna es como la de ella. Única en su especie, en su aroma, en su fragancia, porque como el café, cambian al ser pringaos’.

No quiero parecer romántico, pues no lo soy; pero sí creo que eso que llamamos amor es posible hallarlo, más no en la manera como lo aprendimos, sino, por el contrario, de la forma más libre posible. Si tuviera que reflejarlo en una película lo haría en “Out of África”.

Tomada de: Out of Africa: The film that made us fall in love with Kenyahttps://www.telegraph.co.uk/travel/destinations/africa/kenya/articles/Out-of-Africa-The-film-that-made-us-fall-in-love-with-Kenya/