Uno de los oficios recurrentes en la mesa del café es el famoso ejercicio de arreglar el país, ¿qué están haciendo, muchachos? Aquí, mijo, vea, arreglando el país, contesta uno y se entablan sabrosas y diletantes conversaciones que dan, como es debido, muy pocos frutos. En el oficio de analizar la política nacional el tema de la corrupción es recurrente, se analiza el escándalo del día y también se recuerdan y se narran historias de políticos corruptos y/o incompetentes.

Hace muchos años conversaba con un concejal de Buga que era conocido como un tipo muy pragmático. Era un negociante de la política y hablando de la compra de votos decía: es que, si yo a alguien le compro el voto, le compré la consciencia y si le compré la consciencia, una vez yo salga elegido no puede venir a pedirme ni a exigirme nada.

No le falta razón al político de marras, muchas personas renuncian a su ciudadanía por un plato de lentejas, tienen cédula sí, pero al renunciar a la posibilidad de ingresar críticamente en el debate político han dejado de ser ciudadanos.

En otras esferas la gente compromete el voto y trabaja en campañas políticas como una manera de buscar oportunidades laborales, ahí es frecuente que elijan trabajar y fortalecer las campañas que a su juicio tienen más opciones de resultar vencedoras, sin que existan muchas veces criterios políticos. Por último, están los contratistas que directamente invierten en las campañas políticas como una manera de garantizar el acceso a contratos con el Estado, ahí es frecuente que un mismo empresario financie varias campañas para ir sobre seguro y el cálculo que hacen está mediado también por la confianza que tienen en el político de turno.

En Colombia ingresar a la política y apropiarse de los dineros del Estado ha sido una de las formas para generar movilidad social, desde el líder barrial que recibe comisión por los votos que le consiga a tal o cual concejal hasta el honorable senador que se dedica a la consecución de contratos, favores y vota o propone los proyectos de ley según los intereses, no de sus electores, sino de quienes lo financian.

Edificio del Capitolio Nacional, fuente: wikicommons

Un problema serio y recurrente en el país es la composición del congreso de la república. La mayoría de sus integrantes son elegidos por empresas políticas que se encargan de gestionar intereses particulares y que son altamente eficientes en la consecución de votos, ya sea comprados, ya sea a cambio de contratos, favores y nombramientos. Estas empresas electorales, que se llaman partidos políticos sin serlo del todo, están aglutinadas en torno a intereses particulares y empresariales de distintos sectores. Como estas empresas electorales necesitan tener burocracia, contratos e influencia en el poder central, les queda muy difícil ejercer un papel de oposición, y mientras haya plata se guardan sus convicciones en alguna gaveta de la oficina.

La transformación del congreso debe ser la prioridad para las fuerzas políticas y los ciudadanos que creemos en la posibilidad de gozar de un Estado mucho mejor que el que tenemos. Si Petro hubiese resultado electo presidente con la actual composición del congreso, la oposición del estamento militar, la banca y los medios de comunicación y sumándole la situación de la geopolítica regional, lo más seguro es que las reformas por él planteadas no habrían pasado de la idea, las habrían tergiversado y habrían usado las tergiversaciones para poner a la opinión pública en su contra, no lo habrían dejado gobernar. Enfocarse en la campaña presidencial es un error, la sociedad civil consciente y responsable debe entender que la clave para poner la casa en orden está en ganar mayorías en el congreso, es preciso conquistar esos espacios de decisión y legislación que, por ahora, permanecen secuestrados por los mercaderes electorales.

Hace poco un variopinto grupo de tuiteros manifestaba que de cara a las elecciones del congreso era importante aglutinar todas las fuerzas ciudadanas que buscan una política diferente bajo una sola bandera, una sola bandera que reuniera la sinergia y la fuerza de distintos sectores políticos y sociales para competir electoralmente por los distintos escaños del congreso. Esta propuesta es bien intencionada, pero es un grave error. El sistema de asignación de escaños llamado: «cifra repartidora» hace muy improbable que un solo movimiento o partido pueda hacerse a las mayorías del congreso; cuando un movimiento obtiene una curul sus votos se dividen a la mitad y la siguiente curul a una tercera parte y así sucesivamente, esto garantiza que la mayoría de los grupos políticos en contienda que pasen el umbral obtengan por lo menos un escaño. Para poder competir por el congreso se requieren entonces varios movimientos políticos fuertes, cada uno con su población objetivo y sus particularidades que logren cautivar a los votantes.

¿Y dónde están los votos? En las elecciones legislativas la abstención suele ser mayor que en las presidenciales. Existen ciudadanos comprometidos con el bienestar del país que votan a conciencia en las presidenciales, pero no lo hacen en las legislativas, y muchos otros no votan en ninguna. Ahí están los votos necesarios, en los sectores abstencionistas porque la gente que vota por interés difícilmente cambia una teja, un puesto o un contrato por una idea. Con el que no vota es diferente y ahí está la oportunidad. ¡Olvídense de las precandidaturas a presidente! Primero hay que hacer como Cristo y sacar a los mercaderes de ese templo de la democracia que es el Congreso de la República. Poniendo en orden el órgano legislativo, es posible que el país se encamine hacia las transformaciones que necesita para que nuestra famélica república pueda salir de la postración a la que la han sometido las mafias de los votos; la tarea no es sencilla y lo más seguro es que no llegue a suceder en el corto plazo, pero en la mesa del café, siempre se vale soñar.