
Hace unos meses opté por no publicar mis opiniones, entre otras por eso del exceso de ruido que circula en nuestro mundo político. ¿Qué podría decir que no cause más controversia? Mis últimas líneas fueron motivo de tensión con gente que consideraba ‘amiga’, por eso de que no hay otra categoría en Facebook para definir a quienes agregamos. Me sentí mal, no estoy preparado para defender a ningún político y mucho menos para discutir con personas que no reconocen las líneas rojas de la vida contemporánea.
Así las cosas, seguí escribiendo para mí, para leerme cuando pasaran los meses y más bien, con el ánimo de cerrar mi doctorado dediqué mis esfuerzos al tema de investigación. Pero ¿Podemos dejar de ser o de decir lo que deseamos?, ¿Cuál es mi lugar social y político en un país que se desgasta a diario entre disputas, pobreza, tristezas, populismo, etc.? Un amigo que quiero mucho me ha insistido constantemente en la importancia de mantener mi voz en alto, con la responsabilidad que esto trae, pues si bien no tengo el número de lectores que representa una columna de martes, por ejemplo, sin lugar a duda él y otras personas esperan atentas a ver qué les cuento. ¿Debería dejar de escribir?, ¿Debería callar mis palabras escritas apabullado por el ruido?
Hoy vinieron mis amigos a visitarnos, pues alquilamos una finca a la que llamé “La Siberia”, mientras mi amor decidió llamarla “El Refugio”. Es ambas cosas, curiosamente. Está lo suficientemente lejos del ruido del villorrio con categoría de municipio en el que vivimos, y lo suficientemente cerca para, en 20 minutos tener que subir el vidrio con el fin de evitar invadirnos del diésel que emanan las chimeneas del transporte público, y una que otra motocicleta y automóvil sin tecnicomecánica. Pues bien, el objeto de su visita, además de vernos y salir a caminar, fue hablar. La conversa no podía tener mejor comienzo: ¿Por quién van a votar?

Yo siempre he votado por Gustavo Petro, no porque sea el mesías y mucho menos porque me sienta comprometido con alguna revolución, si es que él signifique algo así. Lo hago porque me gustan sus ideas, especialmente las que se relacionan con el cambio climático, la reducción de la pobreza multidimensional, el concepto de juventudes, y el fomento de un modelo de desarrollo más favorable para las clases medias trabajadoras y capitalistas; sin embargo, ellos, especialmente mi amor, votará por Gaviria. Sí, por Gaviria. Ella es muy coherente cuando se trata de discutir asuntos de este tipo, pues no cree en ninguna revolución, pero como mujer coqueta con el liberalismo considera que se necesita hacer cambios estructurales que amplíen el campo de oportunidades; de todas maneras, no es únicamente el Estado el que debe ofrecerlas.
En cuanto a mis amigos, uno ocupa un cargo importante en el sector farmacéutico y el otro es abogado, así que están al tanto de qué pasa en el campo del capital. Petro no causa miedo porque es un hecho que hoy nadie se atreverá a promover un modelo comunista o de expropiaciones como ocurrió en la rica Venezuela. Colombia no tiene capacidad para soportar un bloqueo, además de que, gústenos o no, el sistema republicano funciona. Si a Uribe le frenaron su segunda reelección y su cuento de la democracia de opinión, en un mundo inflado por la prensa amarillista, difícilmente podría creerse que Petro sea un Chávez. Para ser precisos, es más el miedo creado que las posibilidades reales de que el país se desbarate. Esto también aplica para el ingenuo o ingenua que vea a este político como el salvador de Colombia.
La conversación continuó con muchas opiniones encontradas. En algunas coincidimos y en otras no, pero finalmente hubo un punto de cierre que vino a bien: ningún candidato que obtenga la presidencia de la República podrá gobernar si no tiene en su bolsillo al mayor número de gremios, empresarios y grupos de la sociedad civil. ¿Y esto es posible? Creemos que sí.
Creemos que cualquier candidato, más allá de las fotos que se tome con sus hijos, o lo fiel que sea a los publicistas que le acompañen sugiriendo fotos de servilletas, empuñando la mano, poniendo fauna silvestre en su cabeza o queriendo parecer joven y cool, tiene la obligación de sentarse con empresarios, gremios y sociedad civil. No debe buscar en los barrios o las comunas los aplausos, allí siempre estarán; más bien debe establecer un plan de trabajo que incluya las reclamaciones de éstos, o de lo contrario tendrá que vérselas con paros, bloqueos y hasta “cercos diplomáticos”, con la desventaja de que este país no tiene cómo resistir una gran devaluación. El candidato debe ofrecer esperanza, alegría, tranquilidad. Debe mostrar seguridad en sus opiniones, debe ser sincero y defender lo que piensa, aceptar si erró y explicar el cómo y no el qué pretende hacer.
En mi caso, como lo planteó Federico en su columna, votaré por Petro, aunque solo los muertos no cambian de opinión. Esperaré a ver cómo madura la propuesta del candidato Gaviria.
