En 1917 Kafka escribe “Informe para una academia”. Como todo texto que ha logrado pasar las barreras de la moda, trascender en la historia y quedar en el listado de los textos inmortales debe contener en sí mismo una vida a la que el tiempo, en lugar de debilitarlo, lo fortalece. En el texto, un mono habla de cómo ha dejado de ser un mono y que ahora, como un miembro más de la sociedad, de la academia, narra esa transición con sus respectivos sentires.

Quiero volver sobre este texto porque es uno que me ha acompañado durante mucho tiempo. ¿Es su sátira hacia la academia lo que lo actualiza? Ya desde su publicación a principios de siglo el texto también se interpretó como una crítica a una academia que domesticaba y que, además, implicaba una renuncia a cierta libertad. Quizás también una sátira hacia lo que se iba constituyendo como cierta clase académica global en la que la ciencia se constituía como fuente primaria de conocimiento en detrimento de otras formas de construir saberes.

¿Será tal vez su humor e intertextualidad en la que, como Hoffmann con su perro y su simio, el animal se torna a lo humano? Estas ideas de la humanización de los animales nutren variados debates sobre el humano y su ciencia, sobre el rol de la naturaleza y en especial de los animales en relación con lo humano. El animalismo de nuestros días, la domesticación de diferentes animales y la mascotización creciente parecen reactivar el texto y avivarlo un poco. La impostación humana de la voz animal es una estrategia recurrente en la concientización sobre nuestro vínculo con el resto de animales.

Hay además otra interpretación que me parece relevante, la idea de que el mono de Kafka es en realidad un judío. Una antonomasia del ser judío en una época que anticipaba los grandes genocidios y los discursos peligrosamente raciales en los nacionalismos más bélicos. Esta interpretación es interesante porque politiza a un Kafka que literariamente ya parece politizado. Los temas de la libertad, el ahogo social, las presiones familiares, los deberes nacionales alzados como obligaciones conducirían a devastadores resultados tanto a nivel individual, existencial como social.

Por otro lado, quisiera mencionar una lectura cercana a esta última. Una antonomasia de diferente perspectiva y que me parece pertinente resaltar. Una en la que las asociaciones ahora podrían darle cierta vuelta de tuerca e incluso corresponderse y nutrir las otras lecturas entre la sátira, el animalismo-humanismo y la antonomasia racial.

Volvamos por un momento al texto. El mono parlante y académico se sabe simiesco por su contexto: antes de ser capturado en Costa de Oro no sabía lo que él era, le cuesta incluso recordar. Ahora lo sabe porque vive entre los civilizados académicos. Ellos, los europeos, le enseñaron lo que es y le mostraron el camino hacia la civilización y la vida humana en sus mayores luces. Ahora, sabiéndose simio, con su nueva habla, sigue el camino del bien, la razón, lo humano y, quizás el de mayor empuje: su propio bienestar.

Quiero entonces decir que una lectura que me parece plausible y quizás muy actual en otras reflexiones es que el mono académico no es otro que un negro, un africano que a ojos europeos era un mono o el eslabón perdido que está entre el animal más salvaje y el refinado humano. Fíjense que durante el texto esta idea puede iluminar y quizás, como a mí, espantar hasta el horror, pero no por ello faltar al relato que se plantea el lugar de la otredad. Miremos este apartado:

Cuando en Hamburgo me entregaron al primer adiestrador, pronto me di cuenta que ante mí se abrían dos posibilidades: el jardín zoológico o el music hall. No dudé. Me dije: pon todo tu empeño en ingresar al music hall: allí está la salida. El jardín zoológico no es más que una nueva jaula; quien allí entra no vuelve a salir.

Kafka – Informe para una academia (1917)

 Está bien registrado que para finales del siglo XIX en Europa hubo varios zoológicos humanos donde se exhibían las diferentes tribus de personas consideradas humanoides. También es bien sabido que para inicios del XX los negros ocuparon los escenarios como bailarines o como miembros de los circos entre los espectáculos de fenómenos. En este punto es saliente la biografía de Rafael Padilla, el payaso augusto afamado en París como Chocolat.

¿Es entonces el mono parlante frente a una audiencia de académicos un negro? Quizás como toda obra literaria no tenga una respuesta unívoca y quizás es en ese potencial misterioso de múltiples interpretaciones que se condense su importancia, más allá de las supuestas o explícitas intenciones del autor con su obra. Invito, de todas formas, a leer el texto con ese prisma, a revisitar ese periodo de tiempo en el que los negros en Europa y en otras latitudes tenían pocos, fijos y tormentosos lugares sociales. Y, en esa lectura, ayudarnos a comprender de mejor manera las problemáticas sociales actuales asociadas al racismo.