Alberto Carrasquilla probablemente es la persona que más conoce de política monetaria en Colombia

Alejandro Gaviria

Uno de los factores que puso en crisis la modernidad consistió en creer que la razón se bastaba a sí misma, que el conocimiento, el avance tecnológico, el raciocinio era el estandarte más importante de la época, aquello derivó en la posibilidad manifiesta de poder matarnos de forma más efectiva, más muertos con menos sangre y esfuerzo producto de la ametralladora, tanques y gas mostaza; derivó en una guerra pensada para durar meses y terminó en cuatro años donde desapareció toda una generación, que además quedó traumada, mutilada y destruida por dentro y por fuera.

A la par de este contexto nacieron los intelectuales, unas figuras cuya labor consistía no en hacer, no en enseñar, sino en pensar, pensarse para sí, pensar para y por los demás y hacer del conocimiento un capital para manifestarlo a través del arte, la política, las humanidades. La sociedad se maravilla cada tanto con estos seres extraños, chamanes que se mueven en el mundo real y el mundo de las ideas, nos traen mensajes de ese más allá a través de los libros que leen, la ropa que usan, las posturas que ejercen. Pero los intelectuales también pueden fungir como asesinos a sueldo de posturas, movimientos, cambios o trastos inútiles que se ven muy bien, pero, a la sazón, no sirven para nada distinto a entretener a un público que quiere ser maravillado con las palabras.

Otros, por su parte, son mercenarios que responden al sistema, diría que la contraparte del intelectual orgánico del que hablaba Gramsci: un ser comprometido con una causa y cuya función la sabía, precisamente entender que tenía una función, una parte de un engranaje complejo del cual también hacía parte el campesino con su pala, la maestra con la tiza, los obreros con sus herramientas, hambres y sindicatos.

Hoy Colombia está fascinada con un intelectual que abre la boca y maravilla. Es filósofo, pragmático, político, rector, ingeniero, economista; es referente en lo científico y en lo ético. Es blanco, es apuesto, es casado, es ateo, es correcto, es sensato, es neutral, es liberal, nos dice que es librepensador. Imagino que Alejandro es de esos tipos raros que impactan, que huelen bien, que son de pocos amigos, que cautivan con sus acciones, con sus respuestas tan distantes de las nuestras y tan lógicas una vez las expone.

Hace poco dijo estar de acuerdo con el nombramiento de Alberto Carrasquilla como codirector del Banco de la República por sus conocimientos y con eso nos dice simbólicamente –ese recurso que los no intelectuales les queda tan vedado porque está sumergido en el mundo de la semiótica o la semiología, un tema que incluso su definición es tema de debate sempiterno por los propios semiólogos– que está de acuerdo con un hombre poco ético, poco empático, con un ladrón que se enriqueció empobreciendo a municipios de por sí pobres, con un hombre que logró poner sobre las cuerdas al gobierno de turno por una protesta, pero también con un hombre que ha hecho parte del gobierno más nefasto de las últimas décadas en un país que de por sí ha sido víctima de gobiernos nefastos.

Está de acuerdo con un hombre que hizo parte de un gobierno que justamente hoy fue al Amazonas y no puso a los indígenas como interlocutores sino como simples muebles, escenografía de una escena decimonónica, arribista y desconocedora de una constitución «pluriétnica y multicultural». Para él está bien porque Carrasquilla sabe y eso le es suficiente, no le importa para qué sabe, sus calidades éticas, lo que representa y no le importa porque Carrasquilla es como él: un tipo blanco, adinerado, que huele bien, que se mueve en una élite que representa un sistema nefasto que devora recursos, que se lleva gente a su paso, que empobrece un lado para enriquecer a otro más pequeño y ya enriquecido.

En cualquier caso esto no importa, porque Alejandro es un tipo sensato, con ideas frescas, un gran tipo, un intelectual. La justa propornión entre la levedad política, el buen parecer, el buen actuar, un discurso que seduce y se adoba con una imagen del tipo de persona, no que somos, sino que queremos llegar a ser, pero no por sus cualidades intrínsecas, sino por su manifestación exterior de que todo lo puede, no tiene necesidades y está benditamente condenado a triunfar en este país injusto, arribista, miserable y bruto.