Cada domingo mi mamá solía llevarme a la iglesia, y como en la religión que ella profesa los ‘cultos’ son tan demorados como la venida de Cristo, los niños se vuelven muy inquietos. Para contener tantas emociones, un grupo de jóvenes nos trasladaban a la parte trasera de la edificación con el fin de adoctrinarnos; y allí, organizados según la edad, asistíamos a las enseñanzas sobre la vida de las figuras bíblicas, nos enseñaban sobre Jesús y nos hablaban del cielo y del infierno. A mí me llamaba la atención que la maestra confesara que se bañaba con ropa, realmente no entendía cómo se enjabonaba, pero bueno. Supongo que quedaba bien bañada, y aunque tenía 6 o 7 años, me gustaba imaginarla bañándose.

Muchas cosas aprendí en esa escuela dominical, y de esas enseñanzas me quedan algunos juicios de valor, comportamientos y miedos. Por ejemplo, cuando me despierto en las mañanas y siento que estoy solo, recuerdo que la maestra decía que Jesucristo vendría por su iglesia, y como en esas películas que veíamos -porque allá también ven cine- la gente desaparecía cual rapto de los extraterrestres, la sensación inmediata era horrible. Confieso que aún lo es.

Por unos segundos creía que Dios me había dejado y me había quedado solo en el reino de La Bestia. Inmediatamente me venía a la cabeza todos los sufrimientos que tendría que padecer y me embargaba una tristeza indescriptible, entonces salía a buscar a mi mamá y cuando veía que no estaba el canasto, me volvía el alma. Mi mamá estaba en la galería, que es el mercado en voz palmireña. Yo odiaba ir a la galería porque ese lugar olía feo, y por fortuna, se llevaba a mi hermano menor.

En esa escuela aprendí muchas cosas de cristianismo, tanto bíblico como moral; pero de todas las aprendidas hubo una que marcó mi vida: el trabajo es un castigo.  Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, reza el adagio tomado del Génesis, y como si fuera una maldición imposible de superar, todavía tenemos que trabajar para comer; unos más que otros, pero igual, trabajamos.

Casualmente, con esto de la cuarentena y las medidas para contener la pandemia, reflexionar sobre el trabajo se ha vuelto una de mis preocupaciones pues, aunque he buscado información sobre este asunto, la mayoría de las notas, publicaciones y columnas giran sobre optimización del tiempo, reinventarse, innovar, los costos de producción, estadísticas ocupacionales, etcétera; pero pocas proponen cuestionar el sentido de lo que hacemos y una que otra nos invita a buscar algo que esté más allá de vender nuestra fuerza física o mental por unas monedas, ya de por sí devaluadas.

Entonces, ¿Hay algo que pueda resarcir esta situación? Desde el cristianismo de mis padres ese castigo quedó allí, y aunque muchas máquinas han reemplazado, por fortuna, la fuerza animal y humana, todavía tenemos que trabajar para ganarnos el pan diario. ¿Habrá algo más que trabajar? Sí; se llama pasatiempo. 

A pesar de que trabajar es una de las actividades que más tiempo de vida consume, los pasatiempos son la ventana a la libertad, y los hay de muchas formas. Armar rompecabezas, jugar parqués, dominó, bailar, hacer yoga, montar bicicleta, ir al gimnasio, tomar café con los amigos, cantar, tocar un instrumento, nadar, hacer deporte, escribir, leer, ver cine, caminar en las montañas, visitar amigos, pintar, cocinar, tomar fotografías, etcétera. 

Si bien, los cristianos creen que la humanidad fue castigada por su desobediencia -que realmente deberíamos llamar curiosidad por saber más-, lo que no nos dicen es que los pasatiempos son la escapatoria al castigo, son el cuarto de hora que podemos usar para hacernos humanos, para sentirnos creadores como Dios, para divagar entre sueños y aspiraciones, para evaluarnos, para sentirnos libres. 

¿Cuál es tu pasatiempo?

Fotografías e imágenes:

  1. Gustave Doré. Lucifer, rey del Infierno, en: La Divina Comedia, canto XXXIV.
  2. Saenredam, Jan Pieterszoon -Grabador-; Bloemaert, Abraham -Inventor-. 1604. La expulsión del Paraíso. Técnica Buril, soporte papel verjurado, dimensión Alto: 273 mm.; Ancho: 195 mm.; Alto segundo soporte: 451 mm.; Ancho segundo soporte: 337 mm. Serie De los Primeros Padres. Procedencia Colección de Gaspar de Haro y Guzmán, VII Marqués del Carpio; Margarita de Dios Cano; Adquisición 2015. En: https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/la-expulsion-del-paraiso/8684edcd-9503-4436-8cf0-e48871cfc9fe