No hay agenda previa –no la puede haber–, no es una reunión de negocios o de corporaciones; en la conversación empiezan a aflorar todos los temas del discurrir diario: el trabajo, el estudio, la familia, la política, el deporte, la música, el cine, los libros, la pareja, los logros y las dificultades; y así, entre charlas y risas, bromas y discusiones, se pasan las horas de la cotidiana cita alrededor de la mesa entre los sorbos de café.

A veces pienso que el tinto es una especie de buen pretexto para buscar el encuentro y la charla con los amigos, siempre ha sido así, desde los años del colegio cuando empezamos las primeras tertulias cafeteras en el antiguo Café Caribe frente al parque de Cabal en el que departíamos en las tardes o en las noches y en el cual con una moneda de 20 centavos nos alcanzaba para escuchar dos baladas de Sandro en la pianola o una canción de Óscar Agudelo o unos tangos; allí también jugamos los primeros chicos de billar, no aprendimos mucho pero, nos entreteníamos.

Muy temprano empezaron en nuestras vidas las historias de café, las que aún hoy para fortuna seguimos escribiendo y que han sido una escuela para el diálogo, la amistad, la comunicación, casi siempre acompañados del aroma del tinto pero otras veces entre cervezas y aguardientes.

Hay que saludar la llegada de los nuevos espacios que en Buga están ofreciendo, además de un buen servicio, un café de muy variadas y exquisitas preparaciones.