
Durante los meses de cuarentena la cotidianidad se ha visto profundamente alterada para muchas familias, y aquellas que tienen hijos en edad escolar han sufrido altos niveles de frustración y estrés. Me han llamado varias madres de familia a pedirme consejo, sobre todo, en lo relativo a las dificultades en el aprendizaje de las matemáticas. Los padres están viendo de cerca una realidad con la que los maestros nos topamos a diario, muchos estudiantes detestan la clase de matemáticas, la sufren y no ven la hora de que se termine. Las matemáticas son una fuente de malestar y de frustración para un gran número de estudiantes, docentes y padres de familia.
La cultura ha asumido que este estado de cosas es el estado normal, pareciera natural que las matemáticas sean motivo de temor y que aquellos estudiantes que las sufren, “son malos”, “no son lo suficientemente inteligentes” y “deben esforzarse más”. Los estudiantes, de otra parte, frecuentemente se rinden y lo manifiestan con frases como: “No, profe, yo para eso no sirvo”; “siempre he sido bruto para las matemáticas”, o el clásico: “a mí lo que me interesa es pasar, porque voy a estudiar algo que no tenga nada que ver con matemáticas”. Considero que nada de esto es cierto, mucha gente es talentosa para pensar matemáticamente, aunque no haya sido especialmente hábil con los algoritmos que se repiten una y otra vez en el colegio. Creo que existen muchos caminos que conducen a que las personas puedan llegar a disfrutar de las maravillas de las matemáticas.
La presión y la angustia que generan las matemáticas alcanza a las familias enteras, padres desesperados buscando ayuda, frustrados porque no logran comprender bien el tema, lo olvidaron, nunca vieron nada parecido; o porque, aunque lo comprenden, no logran ayudar a sus hijos a alcanzar esa misma comprensión. ¿Cómo no van a detestar los estudiantes algo que los hace sentir mal en el colegio y en la casa?
¿Qué es lo que no está funcionando?
Los estudiantes tienen durante las clases una vida interior compleja. Las emociones que experimentan en el colegio influyen de gran manera en su capacidad de interpretar e interactuar en las discusiones propuestas por los docentes, muchas veces los profesores nos enfocamos en fortalecer una relación racional con el conocimiento, dejando al aspecto emocional al amparo de los preceptos de la disciplina. La disciplina es sin duda necesaria para el buen desarrollo del trabajo académico, pero es siempre mejor que sea un hábito de vida en sociedad y no el resultado de las amenazas y el miedo. Padres y profesores debemos aceptar e interpretar de una manera más profunda las emociones negativas de los muchachos hacia el trabajo escolar, sólo así podemos ayudarlos a encontrar caminos certeros para transformar dichas emociones.

Buscando resolver este rompecabezas, mencionaré brevemente algunos aspectos que contribuyen a mejorar la disposición anímica de los estudiantes a la hora de encarar el trabajo matemático. Un primer aspecto, a mi juicio, central en este dominio del conocimiento, es prestar mucha atención a los saberes previos de los estudiantes. Las matemáticas son un saber de una inmensa coherencia interna e inherentemente relacionado. Esto hace que resulte muy retador lograr comprender a cabalidad un tema si no se tienen los saberes previos necesarios. Siempre recomiendo, ante una dificultad en el aprendizaje, indagar sobre la solidez conceptual que tienen los estudiantes.
Es frecuente que padres y profesores enfoquen el trabajo de refuerzo en casa como un repetir y repasar lo recientemente visto en el colegio, cuando la clave está en revisar temas anteriores que son el punto de partida para alcanzar la comprensión. Si el niño no entiende la regla de tres, es mejor revisar los temas de multiplicación, división y proporcionalidad antes que insistir una y otra vez en la regla de tres. Cuando se subsanan las dificultades y los saberes previos son los adecuados, es muy improbable que un estudiante fracase a la hora de encarar un nuevo asunto matemático.
Otro aspecto clave es garantizar un correcto balance entre el reto y la habilidad, es decir, que aquellos problemas o proyectos que les proponemos tengan una dificultad acorde con el nivel de habilidad de quienes los van a resolver, no pueden ser tan sencillos que les causen hastío, ni tan complejos que los hagan sentirse impotentes. El sentido de la propia eficacia es algo absolutamente clave a la hora de lograr que los estudiantes se comprometan con el trabajo académico. Cuando planteamos actividades académicas que tienen un buen balance entre el reto y la habilidad y los estudiantes tienen un alto sentido de la propia eficacia, van a esforzarse porque las ven alcanzables. Esta es la verdadera exigencia
Nada logramos con plantear actividades académicas de una dificultad muy superior a la que pueden enfrentar con éxito la mayoría de nuestros estudiantes, tan solo herirles su sentido de propia eficacia, poner a los padres en una situación incómoda, propiciar en los chicos la aparición de sentimientos negativos hacia la disciplina matemática y, en algunos casos, hasta miedo y ansiedad. Todo esto promovido, en parte, por algunos maestros que se creen muy buenos porque son “una cuchilla”.
La dificultad ideal para el trabajo matemático en la escuela (ahora en casa) es la que está en el límite superior de las capacidades de los estudiantes, pero aquí aparece muchas veces el miedo a equivocarse y si los errores son fuente de escarnio y recriminación van a torpedear el sentido de propia eficacia. Las equivocaciones deben ser bienvenidas, comprendidas y utilizadas como insumos para resolver las dudas, deshacer equívocos e intentarlo nuevamente. Las equivocaciones no son señal de que no han aprendido, son señal de que están aprendiendo.
Otros dos aspectos que los teóricos estudian por separado, pero que yo discutiré brevemente aquí de manera conjunta, son el valor y el interés, ¿qué valor les damos a las matemáticas?; ¿por qué son interesantes? Generalmente tratamos de que los estudiantes valoren los saberes matemáticos en clave de futuro, y creo que esto no es suficiente, debemos tratar de hacer de los saberes matemáticos algo con valor para ellos en el presente, y para lograr eso, debemos adentrarnos en el universo simbólico de los jóvenes y buscar ahí los enlaces que los objetos culturales de su interés tienen con el mundo matemático, esto contribuirá a despertar el interés por nuestro dominio del conocimiento. Videojuegos, caricaturas, juegos de mesa, amores, redes sociales, deportes, música, fotografía y video tienen la potencia de alimentar el interés por las matemáticas si logramos plantear actividades bien dirigidas, debemos salir un poco de los ejemplos de señores que venden sandías y Pablito y sus manzanas; no, la abstracción se construye desde lo concreto y debemos partir de elementos que les son gratos a los estudiantes.
Un aspecto final que ayuda mucho a que nuestros alumnos amen las matemáticas es nuestro propio gusto, si un docente es feliz entre objetos matemáticos, sin duda eso se transmite y logrará impactar positivamente la relación emocional que los estudiantes establecen con este dominio del conocimiento, no es solo un asunto de la razón, es, como lo planteé al principio, también un asunto emocional y si estamos atentos a las emociones de los muchachos en clase, las podemos nutrir positivamente y así lograr que no se pierdan de las maravillas y los asombros que el mundo matemático tiene para darnos.
