Colombia es un país al que le hace mucha falta lo que tan poco tiene y le sobra, sí que le sobra, lo que le abunda; por ejemplo, gente. En este país sobra gente para todo, pero hace falta personas para todo, porque gente y personas no son lo mismo así se crea lo contrario; esa es otra cuestión, siempre se cree lo contrario, vivimos moviéndonos a partir del reflejo en el espejo y no de la misma realidad. Qué cosa tan complicada.
Decía que al país le hace falta lo que tan poco tiene, para el ejemplo la autodeterminación, la de los pueblos y las personas, vivimos, pues, movidos por la divina ola de las opiniones que salen de alguna parte, toman vuelo y ya tenemos un montón de seguidores de ya no se sabe muy bien qué. Puede ser un partido político mafioso y paramilitar, un cantante cocainómano y asesino (al menos a ojos de la ley), realities absurdos donde prima la violencia y el escándalo por encima de lo demás, ídolos de barro con criterio cero para opinar sobre prácticamente cualquier cosa.
También hace falta, muchísima, la vergüenza, la pena ajena, los dos dedos de frente, la ética para abandonar un puesto porque en realidad la misma conciencia lo dicta. Pero no, eso no pasa, jamás va a pasar porque uno no puede ser movido por lo que no tiene, ni la hélice al helicóptero ni el sentido común y el decoro a Martha Lucía, que no es de hélice sino de élite y no va a renunciar por vergüenza porque no la tiene, es una sinvergüenza y nunca mejor dicho.
Y así como Martha Lucía hay muchos políticos y sinvergüenzas, que para el caso es lo mismo; es pleonasmo y redundancia junta que asquea y desespera, que da risa al final y en algún momento afloja la lágrima porque llega a sentir uno que no hay salida. Dirá ella que por qué va a renunciar si Samper no lo hizo con las 8.000 razones encima, si Pastrana no se pronuncia sobre sus «nínfulas» del Lolita Express, si Uribe ve que caen mil a su diestra y diez mil a su siniestra como en el salmo 91 y ni se inmuta. Al final entre ellos se apoyan más allá de sus líneas políticas porque el recibo de energía les marca a todos el mismo estrato y entre bomberos (políticos) no se pisan la manguera.
El que sí se la pisó fue el policía Ángel Zúñiga, a quien le pudo la vergüenza, hombre que sí la tiene, cosa tan escasa en el país y en esa institución, y decidió irse lanza en ristre contra la injusticia y condolido por la tragedia ajena, por su juramento y su juicio propio. Al final le importó un carajo su uniforme, su devenir, las consecuencias, porque tuvo la fortuna de tocar fibras más sensibles, las internas, no las de la necesidad y el interés propio, sino las del amor por el otro, la opción por los pobres de ese Dios que acompaña el Patria, lema de su institución tan apocada e igualmente vomitiva. Porque voy a ser claro, estoy con el hombre, pero jamás con lo que representaba, él es solo una bella excepción que esa guarida de apocados no se merece, de la cabeza de generales, a la punta de las botas del Esmad.
A propósito de estos dos, Martha Lucía y Ángel Zúñiga (que me excuse por ponerlo al lado de la dama del Nogal), siento que hay muchos políticos y policías en Colombia. Hablo de los típicos políticos y policías, los que roban, engañan, pasan por encima de los demás, agreden, violentan, atropellan, amedrentan, mienten, aprovechan, se desaparecen y desaparecen, yerran… cada quien que le asigne los adjetivo al que considere pertinente.
Y así como hay mucho de lo anterior, hay mucho de todo lo demás, sobre todo de seguidores, de tendenciosos, de mirones, de chismosos, de chistosos, de clasistas, de hipócritas, de homófobos, de metidos, de soldados, de desocupados, de periodistas a contrato, de Yamith Amad aquiescentes con Uribe, de fanaticada futbolera, de gente que se cree mejor, de positivos, de fitness, de intelectuales, de abogados, de coach, de instagramers, de influencers, de actores-modelos-cantantes-influencers-intagramers, de camanduleros, de ateos, de celosos, de criminales, de irresponsables, de emprendedores, de escritores de blogs de tres pesos, de gente como usted y como yo que al final hacemos muy poco y no vivimos en Colombia sino que la padecemos.
Pero en esencia todo se reduce a lo mismo, sobramos los mezquinos y nos falta la posibilidad de objetar, nos faltan kilos de entrañas para objetar, para ser la excepción a la regla y poder decir: Yo no. Yo esta vez no. Yo no voy a hacerlo; o, por el contrario: Yo sí. Yo esta vez sí quiero. Yo sí lo voy a hacer. Nos hace falta un poco más de amor propio, de salirnos de la enajenación, de tener un momento de decencia, de decoro, de ser un Ángel Zúñiga movidos por la ira ante la desigualdad y no una Martha Lucía humedecida en sus propios jugos de descaro, hipocresía y falta de amor propio. Mi única esperanza no es que renuncie, no tiene las tripas para eso, sino que cada mañana al mirarse al espejo reconozca en ese reflejo a una mujer cuyas manos están manchadas de sangre, coca, dinero sucio y mugre por encubrir a tanto bandido a lo largo de su putrefacta carrera política.
No hay cama pa’tanta gente.
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