Verlos ahí, tendidos, creo; tendidos o sentados haciendo cosas de solitarios, creo. Digo creo porque con ellos no se sabe; nunca se sabe ni eso ni nada. No sirve preguntarles porque poco responden o poco entiende uno sus respuestas, así que se intuye lo que dicen, pero en general queda uno a oscuras, como ellos, porque aparte de solitarios mantienen en la bruma. Solazados por una luz tenue y el silencio. Incluso si son solitarios musicales siente uno un silencio por encima de las canciones.

Poco dicen y poco hacen, al menos siente uno que poco hacen. Pero andan en medio de una inactividad cómoda, como que no les pesa. Tienen el don para no hacer nada, el don de la pereza que en el fondo les queda tan bien. En medio de su soledad y silencio algo harán, pensarán, creo, se bañarán y pensarán, creo. Comerán en silencio meditando y pensando, creo y entonces también creo que no son silenciosos, sino, más bien, que traen el ruido adentro, en las entrañas, un constante palabreo en su cabeza, un regurgitar sonoro en los huesos con el que intercambian ideas, conversan, se comparan e insultan y entonces siente uno que en realidad no son tan solitarios.

No quiero decir que sean sujetos aislados. En realidad con los solitarios la cuestión es un poco más compleja que eso. La soledad no se manifiesta tanto en sentirlos retraídos, alejados, tímidos, sino que se les siente puesta; incluso cuando conversan con vos, cuando te miran, cuando se ríen en medio de la fiesta o la reunión. Siente uno que la soledad no es esa vastedad de tristeza y depresión por ausencia de lo que no se tiene, sino más bien autosuficiencia. Como si solo se necesitaran y se bastaran a ellos mismos y de ahí que, no es que repelan a los demás, sino que no les necesitan, tienen la bendita posibilidad de lidiar con ellos mismos.

Los solitarios no son personas que nunca salen, sujetos embebidos en su melancolía, se trata más de sujetos que si no pudieran salir nunca, poco lo lamentarían. Si no pudieran saludar a sus amigos nunca, no lo lamentarían. Si no tuvieran la potestad de ejercer su libertad en el exterior comiendo fuera, comprando objetos, mirando extraños caminar, no lo lamentarían. Piensa uno que en el caso de los solitarios la posibilidad o no de otredad es solo eso, una posibilidad como esa marca de cigarrillos que existía y ya no más; es decir, algo tangencial, anodino.

Para amar, creo que es lo mismo. Tienen el amor como un elemento que puede estar o no. Básicamente casi no, o sí, pero poco tiempo. Han asimilado su condición de solitarios, de inentendidos, de temporales y por tanto sienten, creo, que el amor es una fiebre pasajera entre un sujeto y otro que cada tanto muda de piel. Que se manifiesta en besos y labios diferentes hasta que aprenden a querer, o mejor, aprende el otro a quererlos y entenderlos y luego lo olvidan o se agotan y deciden marcharse. Creo que los solitarios saben tener la puerta abierta. Lo curioso es que no es difícil querer los solitarios, creo. Porque los conquistas y ahí están: leves, serenos, en sus propias cuitas, lidiando con sus sonidos internos. Tranquilos y dispuestos, casi siempre, para el amor.

Es importante tener claro, creo, que el solitario no deja de serlo; o sea, no cambia su soledad por compartir tiempo con alguien más; por el contrario, comparte su soledad con el otro. Los solitarios pueden ser generosos; entienden la generosidad como una forma del amor. Regularmente son sujetos egoístas porque atesoran su espacio, su sombra, su cobija. Atesoran el lado frío de la cama que no usan, su cara en el espejo, las lecturas que encuentran escudriñando en algunos libros o en la red. Entrar en esos espacios y en esas soledades, repito, es un acto de generosidad, y en tanto generosidad, amor…

¿Habrá acaso un sujeto menos entendido que el solitario?