Biblioteca (Guille) bw

Óscar Antonio Chaparro, el otro sesentongo de los cuarentongos, publica esta foto que evoca uno de los momentos más importantes de mi vida.

En los años sesenta, cuando empezaba a leer, los espacios nuestros eran los solares de las casas y la calle sin pavimentar para jugar con los amigos de la cuadra: trompo, bolas, cogido, libertad, hacer comitivas, empacharse de frutas y hablar, hablar.

Cuando había alguna moneda de cinco centavos, el espacio de encuentro eran estas bibliotecas barriales que en muchos casos combinaban el alquiler de cuentos -comics les dicen hoy- y bicicletas. Las bicicletas eran unos aparatos destartalados cuyos frenos estaban generalmente rotos. Los cuentos llenaban las paredes o estaban colgados de los techos.

Allí estaban nuestros héroes. Los pistoleros Roy Rogers, Gene Autry, El llanero solitario, que eran mis preferidos. Los cuentos del pato Donald, las vidas trágicas y ejemplares de los santos. El otro “Santo”, el luchador mejicano y sus paisanos Chanoc y Sekub, Juan sin alma. Y para disfrute de las señoras y las adolescentes las novelas románticas de Corin Tellado, que eran con fotos.

Al salir de los alquiladeros jugábamos a ser el tipo. Sabíamos que los palos de escoba eran nuestros caballos, disparábamos pistolas hechizas o de juguete, arriábamos el ganado o entrabamos a la cantina del pueblo con una pajilla en la boca.

Depués pasamos a lecturas “más serias”. Julio Verne y sus viajes en globo, submarino o la nave que nos llevaba a la luna.

La alegría de leer que se extendía a contar y comentar las historias que leíamos sentados en los andenes de la cuadra.