Por Henry Delgado Rivera

Hombres de café, de eso estamos hechos en la región andina, de un apetitoso y aromático café cuando apenas despunta el sol y nos aprestamos a iniciar el día. Herencia paisa, sí señor. Pero una cosa es la tradición de los primeros «tragos» de café en la mañana y el acompañamiento con pan o arepa al desayuno, y otra muy diferente el hábito de sentarse a tertuliar, a hablar carreta en torno a un buen tinto que ahora llamamos «americano». Muchos amigos me preguntan si compré o soy socio del café Amaretto, más quisiera, pero no, es donde a diario nos reunimos con los entrañables a conversar de casi todo, es la fuerza de un hábito incontrolable: conversar y degustar un buen café.

Esculcando la memoria recuerdo cuando iniciábamos el bachillerato en el Académico, el de la calle sexta, y estudiábamos en la jornada de la tarde. Sonaba el timbre anunciando la salida y corríamos un grupo de amigos a tomar asiento en la cafetería Buga –donde hoy queda Tortas y tortas– a pedir «un pintadito». Servirse en pocillo pequeño, costaba diez o quince centavos y era muy parecido al capuchino de hoy, espumoso, cremoso y de un sabor inmarcesible en la temperatura perfecta; esa pócima era degustada sorbo a sorbo, muy despacio, pensando que nunca se nos fuera a acabar; ahí empezó todo.

Luego llegaron otros escenarios y nuevos o los siempre mismos entrañables para buscar un sitio de tertulia como Sorrento, al frente de la Alcaldía, un espacio grande como un estadio, pero bueno para «echar cháchara», también se escuchaban baladas y cuando había dinero –casi nunca– se pasaba a la «cervecita». Siguiendo por la 13 se llegaba a la esquina de Santo Domingo donde estaba «Chorizo loco», sitio en que, a pesar del cascarrabias de su propietario, nos dábamos nuestras mañas para continuar con la conversación infinita. También recuerdo la cafetería «El Rey», en la calle séptima entre 13 y 14, que tenía más de restaurante que de cafetería, también fue sitio de tertulia. «Pan caliente pan» quedaba donde hoy es el banco BBVA, enseguida de la Alcaldía por la séptima, allí se vendía un panqueso parecido a un croissant, delicioso, también se tertuliaba, aunque no tanto.

Quiero ser claro, la calidad del café en estos sitios era medio malonga, mucho café pasilla de mala calidad, pues muy en la tradición colombiana lo mejor del producto, el «excelso», era para exportar; los colombianos de a pie no teníamos derecho a un buen café. El sitio que más nos convocó para tertuliar y disfrutar un cafecito fue la cafetería «Lourdes», frente a la Basílica, donde en ocasiones pasábamos casi un día completo hablando paja, nunca nos llamaron la atención por comprar si acaso dos cafés en todo ese tiempo.

Hoy, «muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento», en Amaretto con Guillermo Villegas, Óscar Chaparro y Fernando Díaz, los viejos del grupo, disfrutamos de la compañía de los más jóvenes como Jhoan Camargo, Juan Carlos, Jaime, Mónica, Federico, otros no tan asiduos como el ingeniero Álvaro y su esposa y algunos que van y vienen. Hay unos códigos no tan secretos para sentarse en esa mesa, el más importante es ser hincha del América de Cali, de no serlo, mejor quédese callado. El otro, el más complicado, es el político, llegamos hasta donde la impertinencia no ofenda al otro.

Cada quien en lo suyo, pero lo mejor es reírnos de las historias descabelladas de Camargo y el recuento circular de las telenovelas antiguas, como «Simplemente María», se la sabe de memoria. O cuando hacemos referencia al cine mexicano con sus estelares: Santo, el enmascarado de plata, que se enfrentó a las momias de Guanajuato y las derrotó; el Huracán Ramírez y Blue Demond contra el Dr. Caronte; en fin, lo mejor del cine mexicano y, ¿cómo no?, sus tiras cómicas. Los temas ligeros como la filosofía o la física cuántica los dejamos de lado cuando de discutir sobre temas serios se trata, como las posibilidades de Nairo Quintana de ganar el Tour de Francia, por ejemplo.

Pero todo hay que decirlo, en Amaretto se disfruta la estadía, extrañamos los sesudos análisis futbolísticos de Julio, quien partió hacia el otro mundo (Australia), pero igual sigue la fina atención de las chicas, Mónica, Natalia, Fernanda: solícitas, sonrientes y encantadoras, al igual Isidro, el bartender. Todos ellos junto a Nathalí forman un gran equipo que día a día nos hacen disfrutar de una excelente tarde-noche esperando el paso de la Estación Espacial Internacional para que Óscar, una vez más, nos hable de astronomía.