Hace varios años fui al aeropuerto Palmaseca (Se llama Alfonso Bonilla Aragón pero para mí siempre será Palmaseca) a esperar a Manu que llegaba de Bogotá. Al bajarme en el parqueadero recibí un mensaje que decía que el vuelo se había retrasado y no había salido aún. Decidí ir a tomar algo y a vitriniar mientras llegaba Manu (el de los páramos peludos) cuando cerca de un puesto de jugos una señora me saludaba efusiva. Me acerqué a saludarla, era doña Leonor, una amiga de mi abuela que estaba ahí solita, muy regia con sus canas color lavanda muy bien peinadas.
–Buenas tardes doña Leonor, ¿qué tal todo?
–Bien, mijo; vea, aquí que este zorongo le dije a qué horas llegaba y apenas salió de Buga, no voy alcanzar a llegar a la misa en la Basílica.
–Si quiere le acompaño y conversamos, vea que yo estoy esperando a un amigo cuyo vuelo se atrasó por esa huelga de pilotos.
–¡Ay! Dígamelo a mí. El problema principal de este país, mijo, son los pobres y los resentidos; gente perezosa que quieren que todo se lo regale el papá gobierno, por eso protestan por todo ¡No! que trabajen, que se esfuercen a ver si algún día progresan y dejan progresar. Porque eso de querer todo regalado es lo que no nos deja avanzar.
–Bueno, Leonorcita, pero mi abuela alguna vez me contó que tu papá fue un tipo muy prestante y les dejó una herencia importante.
–Ay, mijo, papá me hace una falta, tan bello. Sí, él era un empresario, un filántropo, un hombre de bien y se aseguró que, si algo le pasaba, a los hijos no nos faltara nada.
–Leonorcita, ¿por qué dices hijos?; ¿tienes más hermanos además de Josefina?
–Sí, mijo, pero es que al menor, a Mario Germán, tú no lo conoces. Lo que pasa, mijo, es que Mario de muchacho se juntó con unas compañías ahí malucas y después empezó a robarse las cosas de la casa y como que perdió la razón. Afortunadamente el doctor Garrido, el que después fue notario, nos ayudó a internarlo en un psiquiátrico para evitar que despilfarrara la herencia, pobrecito, mi hermana lo visita para su cumpleaños; yo no quise volver, el sitio es horrible y la última vez que fui salí fatal de ahí.
–¡Cuánto lo siento!
–No y es que tampoco me la paso ya casi en Colombia porque Cristina, que vive en Londres, se casó con un suizo más buenmozo, ¿sabías? Bueno, como a Cristina la mandamos a estudiar a Europa, ella ya es prácticamente europea y yo me la paso de allá para acá. Pero prefiero Europa te cuento, esto aquí tan feo, tan sucio, tan desordenado, por mí fuera me quedaba allá, pero si eso pasa y queda todo en manos de Josefina deja acabar las cosas. ¡Ay no! Es que ella siempre ha sido medio loca, yo la quiero porque es mi hermana, pero nunca volvió a ser la misma desde que esos comunistas de la universidad la engatusaron. Por eso papá la sacó de estudiar y la casó con un señor amigo de él muy rico que era viudo y el doctor Garrido le ayudó para que, al morir mi cuñado, la mayoría de la herencia fuera para ella y no para los hijos del primer matrimonio, ¡ay, ese doctor Garrido es un amor! Mi papá lo quería como a un hijo más.
–¿Pero Josefina enviudó joven? Yo esa no me la sabía.
–Claro, lo que pasa es que tú sabes cómo es la gente en este pueblo, empezaron a decir que ella quién sabe qué le había hecho a ese marido, que se había casado por interés, en fin; por eso ella se fue todos esos años para Estados Unidos. Allá se casó con un gringuito de medio pelo y ahora que volvió a enviudar regresó a Colombia.
–¿Y sí le gusta vivir acá o es como tú?
–A ella le encanta este muladar, mijo; ella se fue porque le tocó… No, si ella es feliz acá porque a ella siempre le ha gustado el despelote.
–¿Qué despelote, Leonorcita?
–Pues el trago, mijo, y el desorden; por eso era amiga de esos barbudos. Es que ella de muchacha se metía a la cava de papá a tomarse los vinos a escondidas y papá, apenas pudo, la casó con ese viejo pensando que así se desencartaba, pero tan de malas que a los poquitos días de casada el viejo no se sabe qué le dio, el caso es que se murió. Por eso yo soy la que administro las cosas, bueno el doctor Garrido me ayuda mucho, porque yo la verdad de eso no sé.
–Bueno, ¿y por qué en el pueblo dicen que el doctor Garrido es tu hermano?
–Ah, mijo, pues eso dicen porque él y mi papá eran muy unidos, con decirte que él de muchacho se quedaba muchas noches en la casa y todo, claro que mi papá no lo dejaba dormir con nosotras, no, yo creo que por temor a mi hermana. Él acompañaba a mi papá en su cuarto cuando mamá se iba para Manizales a visitar a su familia, ellos se querían tanto… por eso la gente cree que es mi hermano.
–Ve, Leonorcita, ¿y Garrido se casó?
–Nunca. Tan raro, ¿cierto? Él siempre ha sido muy apegado a nosotros, a mí sobre todo porque mis hermanos, ya sabés, pero ya no se casó. Bueno, a no ser que ahora de viejo le dé por casarse, pero no creo. Garrido es un ángel, cuando uno va a su casa siempre tiene viviendo ahí a algún muchacho desamparado, pero esa gente es malagradecida, un día uno de esos muchachos le pegó, casi lo mata, dicen que por robarlo. Pero él tan bello, tan misericordioso, a pesar de eso sigue ayudando la gente.
–¿Y por qué no te viene a recoger tu esposo?, ¿ya no maneja?
–¿No ves que por eso es que me devolví ayer de Londres? Al viejo pendejo ese le ha dado por pedirme el divorcio porque anda con una muchacha, y la ilusa esa cree que él tiene plata. La plata es toda mía. Menos mal que Garrido me convenció que hagamos unos tejemanejes de esos que él sabe, le voy a escriturar unas cosas para que al viejo pendejo ese no le toque ni un peso, vea mijo, le voy a dar el divorcio y ni un peso le va a tocar, lo tendrá que mantener la muchachita esa o yo no sé.
–¿Y no es muy duro separarse llevando ustedes tantos años?
–No, mijo; vea, no me morí cuando mataron a mi papá, ahora con este pendejo no, nada.
–A tu papá lo secuestraron, ¿no es cierto? Yo me acuerdo que oí la noticia.
–Sí, eso fue horrible, yo por eso odio a los comunistas y siempre que veo en televisión que matan a esa gente a mí me da un fresquito, no alegría; no. Porque eso es pecado, pero un fresquito. Cuando eso pasó mi mamá ya estaba muy malita y Garrido fue el que trató de negociar porque a mi hermano recién lo habían internado, mi hermana andaba en Estados Unidos y a mí esas cosas me dan miedo. Nosotros vendimos la mitad de la hacienda y Garrido les llevó la plata ¿y podés creer que esos vergajos igual lo mataron? Debe ser que sabían que papá era de armas tomar y eso no se iba a quedar así. Yo creo que por eso lo mataron, para evitar la venganza.
–Igual, Leonorcita, la violencia siempre engendra más violencia.
–Sí, mijo, además al que bien obra, bien le va. Después de perder la mitad de la hacienda con lo de papá, en el gobierno del doctor Urbano (apellido cambiado por seguridad) la tierra se puso baratísima, nosotros compramos muchas hectáreas en los llanos, después hubo un problema ahí con una gente, pero Garrido que se hizo socio nuestro, se encargó de pacificar eso allá, ahora las tenemos alquiladas para palma africana, buen negocio.
–¿Y acá en el valle tienen tierras todavía?
–Sí, pero todo eso está alquilado al ingenio que era de mis primos, a mí nunca me ha gustado el campo y Garrido de eso no sabe, así que mejor tener la tierra alquilada; vea, cuando papá administraba esa hacienda, eso era un problema, que se robaban una cosa, que se dañó esto, que aquello; no, él decía que Anatolio no era el mayordomo sino el mayordueño, mi papá sin darse cuenta le terminaba haciendo los mandados; no, eso ahora es mejor tener la tierra alquilada.
Entre tanto, Leonor miró hacia las escaleras eléctricas y volteamos a ver a un muchacho joven muy delicadamente vestido que se aproximaba a pasos acelerados, Leonor se incorporó me dio un beso en la mejilla, le mandó saludes a mi Abuela y salió hacia el parqueadero acompañada del muchacho con quien no me presentó. Empecé a deambular por el aeropuerto buscando una librería mientras pensaba que muchas familias de bien son como esas casas en las que lo más bonito es la fachada.
Decían los viejos de mi casa, “en todos lados se cuecen habas”; y en la mía a calderadas, decía el portador de la pluma del ‘ingenioso hidalgo’.
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