De alguna manera todos estamos tristes; a todos nos pesa algo que se nos va hasta el fondo de los ojos y cae en una bruma de olvidos voluntarios. De alguna manera todos, en medio de una sonrisa provocada por momentos casuales, caemos en cuenta de una tristeza inadvertida y se nos congela entre los dientes de esa sonrisa; a todos se nos conjuga la cabeza entre recuerdos lindos y altos pesares.
La tristeza no es la antítesis de la alegría, porque tristeza y alegría conviven en la misma alma, pero más la tristeza y sus causas que pueden ser incluso una sola, pero tan densa, tan desproporcionada que aborda la felicidad tan anhelada. Caminamos, pues, en medio de legiones de tristeza en ojos que se constriñen en carcajadas. Amamos, tomamos café y caminamos con eso acuestas en medio de otros igual de tristes que nosotros.
De alguna manera todos, todos estamos tristes y en esa totalidad la sensación se desvanece, se normaliza y lleva por dentro invisible, pero enquistada. A todos nos duele la vida, nos pesa la vida, nos pesa el aire. A todos nos hizo falta volver atrás, respirar profundo, tener la palabra correcta. A todos se nos debe una segunda oportunidad alguna vez, un encuentro, de nuevo esa mirada. A todos, una nostalgia se nos quedó clavada, una canción nos aviva la tristeza, nos lleva lejos la mirada y deja un silencio en el aire; un poema nos lo dijo todo. A todos, una tristeza nos mina y es un perro que nos muerde echado.
Llegamos a sentir que existir es una forma de la nostalgia, una de sus tantas formas. Hasta el viento es un susurro pesaroso y vemos teñido el cielo, plagado de colores, en matices de melancolía. Y aunque nada está bien, necesitamos que nos digan que todo está bien, que todo estará bien, pero la vida no es un futuro simple, sino condicional. Eso ya es suficiente para que, de alguna manera, todos estemos tristes sin importar el beso que nos cobije la boca.