Dar respuesta a la pregunta sobre qué es un texto parece, en principio, simple, pero realmente dista mucho de serlo. Varios ejemplos nos ayudan a entrever las complejidades del tema. Desde distintas disciplinas se habla como si lo que caracteriza al texto es su sentido: una procesión, un baile, un grafiti, una pintura, una película, una factura, entre un sin número de ejemplos serían textos que nos hablan desde su sentido, su significación. Pero esta vez quisiera divagar un poco con un ejemplo bastante enigmático y del que no sabemos su sentido: el manuscrito Voynich.

Desde su adquisición, a principios de siglo XX, ha suscitado numerosas hipótesis de lectura. Sin embargo, a lo largo de sus casi trescientas páginas, ha resultado imposible sostener, de forma consensuada, una sola idea sobre lo que realmente dice el manuscrito. Tal es el caso que al “idioma” en el que está escrito se lo llama voynichés.

El texto, si podemos llamarlo así, es en apariencia, un libro. Lo que sí es consensuado es llamarlo manuscrito. Según estudios de carbono data de principios del siglo XV. Es todo un misterio. Según las ilustraciones que contiene puede tratarse de un libro de botánica, o un herbario, quizás de astronomía, o tal vez de farmacéutica o un compendio de recetas. Las lecturas que le caben al misterioso manuscrito son muchas.

Para otros analistas simplemente se trata de un ingenioso engaño, de una broma para la tradición de manufacturar libros. Sería el caso de una impostura con glifos sacados de una mente genial, imitando, en forma, a una lengua natural, a un texto común y a una forma de configurarlo ya instituida.

Otras hipótesis tienen que ver con el mundo del espionaje: un texto con un código críptico muy sofisticado para transmitir conocimientos específicos a un público particular. Esta idea es fascinante, de película. Sin embargo, el contenido del manuscrito continúa al día de hoy oscurecido, no sabemos qué dice, por qué, para quiénes.

Definir un texto es, pues, una cuestión muy problemática; ya sea desde perspectivas antropológicas que argumentan a favor de las prácticas como textos; ya sea desde la semiótica que señala productos culturales como la pintura, la música, las imágenes o películas como textos; o incluso desde las perspectivas más situadas en la lingüística donde las fórmulas médicas, las facturas señalan su situación de textualidad.

El manuscrito también nos recuerda las prácticas de lectura que tenemos y hemos adquirido. Por ejemplo, para intentar descifrar su contenido se le han aplicado múltiples softwares, métodos diferenciales, entre otros. La más curiosa quizás sea que cumple con la Ley de Zipf. En la que se sostiene que en todas las lenguas naturales las palabras tienen una frecuencia de aparición que sigue una determinada distribución: la segunda palabra que más aparece (en un corpus) la precede la primera con el doble de apariciones, es decir, la frecuencia de la primera palabra (en cantidad) es el doble de la segunda.

Nuestras prácticas de lectura además nos dicen que este texto contiene “palabras” y que estas, a su vez, se componen de glifos que se repiten. El voynichés aparentemente varía entre veinte y treinta glifos. A su vez, parece que contiene treinta y cinco mil palabras. ¿Pero cómo interpretar el sentido de ello sin ningún código consensuado? Es sorprendente que, en un mundo donde se pudo descifrar el código nazi y su máquina Enigma, aún resulte un gran misterio el manuscrito medieval.

El libro Voynich me parece algo fascinante, más allá, también hay que decirlo, de las teorías más descabelladas. Nunca faltan los Anunnakis. El misterioso manusrito nos invita también a apreciar un texto en su dimensión gráfica, como a lo que nos invitaba Borges al explorar un libro de una cultura que encontramos muy distante.

Esta idea de la estética de un potencial texto aparece en otras culturas. Así, en la cultura visual Abelam, en Nueva Guinea, el diseño de sus pinturas no importa tanto como el mismo acto de pintar. Por otro lado, en la cultura visual Baule, en Costa de Marfil, lo más importante para sus ritos es lo que no puede ser visto. Las formas de mirar, de interpretar, de concebir lo que puede ser leído varía notablemente en geografías y épocas.

Definir un texto es algo muy problemático aunque todos le digamos, a una gran cantidad heterogénea de productos culturales, de esa forma. Quizás, en un tiempo no muy lejano, lo que vean los humanos del futuro sobre ilustraciones o imágenes que ahora se nos presentan claras en su sentido se tornen, en ese tiempo, incomprensibles. Quizás en ese futuro nuestros textos adquieran cierta dimensión voynichés.