
A principios de septiembre de 2024 alguien en Tuiter posteó una pregunta que ha suscitado muchos retuits citados, es decir, respuestas a su pregunta. La cuestión que planteaba era “¿qué le ven de artístico y bonito al grafiti?”. Muchísimos usuarios han aprovechado la ocasión para responder con fotografías de grafitis. Lo interesante, para mí, resulta que una gran cantidad de fotografías evidencian grafitis cuya literalidad nos lleva a posiciones de izquierda, revolucionarias, anticapitalistas, progresistas, etcétera.
Digo que me parece interesante porque quizás se haya podido generar una dinámica de respuestas de grafitis más clásicamente entendidos como “artísticos”, es decir, más situados en el campo de prolijos dibujos, estilizadas tipografías o hiperdetallados trazos que nos hagan decir, de forma más dibujada, que estamos viendo algo “artístico”. Sin embargo, lo que vemos son grafitis cuya tipografía, textura y despliegue no son muy elaborados, pero sí con mensajes literales en el campo de la lucha social y el descontento político manifestado en el espacio público.
Quizás lo que me parece llamativo y relevante es pensar que en la experiencia contestataria, rebelde, el mensaje en sí es bello y artístico. Es un retorno a la belleza de la palabra y de la hermosura de una utopía, o mejor dicho, de una ideología. Es contestatario porque evita la epidermis de la belleza, de la prolijidad.
La pregunta de la usuaria parece una de carácter retórico, donde lo que en realidad está afirmando, en la vestidura de la pregunta, es que los grafitis no son bellos, por el contrario carecen de la dimensión artística. En contraste se ha respondido con grafitis que revelan “verdades” de una postura política enfocada en notar las desigualdades sociales en las que estamos inmersos. Las paredes del espacio público resultan la hoja perfecta para manifestar el desacuerdo y promover visiones alternativas, y ahí, en el gesto también está lo bello y artístico.

En una sociedad saturada de mandatos capitalistas como el buen trabajo, la sana aceptación de las relaciones sociales desiguales, la naturalización de la vulnerabilidad social, el enajenamiento de procesos de marginalización, el uso de las paredes como manifiestos políticos puede ser concebido como un arte: el de la lucha. Más aún, interpelar de manera efectiva al ciudadano, vecino, laburante por medio de una síntesis resulta un ejercicio intelectualmente desafiante.

Que el mensaje izquierdoso sea bello y artístico nos lleva también a su percepción opuesta: la del espectador de derechas que ve en el mensaje algo discordante, insulso, feo, nimio y sinsentido. Y esto es, quizás, porque el espacio público, para este ala de la sociedad, debe ser prístino y mudo, concibiendo la belleza y el arte por fuera del campo político. Y es justamente esa separación lo que se entiende como artístico y bello: es lindo porque no trata de nada político. Es sólo ornamento, adorno.
Son pues, dos concepciones diametralmente opuestas del arte y de lo bello. Pienso en los artistas que cantan y se rebelan contra poderes fácticos y que ello les cuesta la vida: pensemos principalmente en Victor Jara, en este mes que lo conmemoramos. Pensemos también en la belleza del acto de compromiso social, en el arte de la empatía hacia los más vulnerados y los marginados.
La interacción de Tuiter es interesante para pensar los caminos que recorre el arte y lo bello, y cómo ese andar es indisociable del acto político: ya sea para encontrar lo bello en el ornamento, ya sea para encontrar lo bello en una verdad política.


