
Hace tiempo que me ronda una idea en la cabeza. Lo más probable es que sea una elucubración bastante fantasiosa pero que, como las teorías de la conspiración, no sueltan a las personas y se asientan para generar interpretaciones del mundo. La idea que me ronda tiene que ver con la pregunta sobre las monarquías actuales, sobre cómo es que ese sistema de gobierno o de organización se mantiene, se actualiza, se valora, se idealiza, se ansía, inspira, ensueña, etc.
Hablando mal y pronto me gusta pensar en el poder de los productos audiovisuales para ayudar en esos verbos subjetivos y su incorporación en las mentes de las sociedades. Considero crucial el rol social que tienen los films, los cortometrajes, los documentales, las series, los comerciales y propagandas, los comics, los afiches, los fanzines, podcast y un largo etcétera para instalar o revertir ideas, para generar formas de ver el mundo, de asumir la realidad o interpretar los hechos.
En ese sentido, no es alocado, no tanto, para mí, pensar en que las series y películas actuales cumplen un papel para que, por un lado, pensemos que la democracia no es el único ni quizás el mejor sistema de organización social y, por otro lado, para elevar a la monarquía como un sistema de gobierno justo, elevado, deseable y moralmente superior. Quiero, en esa línea, anotar unas ideas que justifican esa elucubración.
Una forma de envestir el deseo es por medio de la fantasía. Quizás las producciones audiovisuales más cercanas a lo documentalista o de cierta fidelidad historicista no puedan cumplir el rol de generar una carga altamente positiva para un sistema de gobierno que, en la mayoría de las veces, resulta fundamentalmente desigual, cruel e injusto. Por ello, creo que son las series y películas que retratan un medioevo fantástico las que mejor se acoplan para la idea de revestir de nostalgia, de deseo y de anhelo un sistema monárquico.
Las series y películas que abordan el medioevo fantástico han capturado la imaginación del público durante décadas, desde The Lord of the Rings hasta Game of Thrones, pasando por Bridgerton y Willow. Sólo por mencionar algunas. Estas obras, aunque ambientadas en universos ficticios o en versiones estilizadas de la historia, comparten una tendencia que, a mi modo de ver, operan como una especie de limpieza, de justificación y de idealización de las monarquías. Esta interpretación sugiere que estas producciones no sólo refuerzan narrativas que eximen de culpa a las instituciones monárquicas, presentándolas bajo una luz romántica y nostálgica, sino que, además, recrean un pasado idealizado, un pasado que nunca fue, no solamente por fantasear con figuras como dragones, enanos, elfos, fuerzas divinas o cosas similares, sino porque, usualmente, esas sociedades preindustriales se organizan en torno a monarquías, que más allá de ciertas corrupciones o mecanismos oscuros, se presentan cómo prístinas y elevadas donde siempre un príncipe azul, un heredero verdadero o un rey sabio y justo resulta siendo un salvador que ordena y reconduce hacia la luz través del sistema monárquico.
The Lord of the Rings, por ejemplo, culmina con el retorno de Aragorn al trono de Gondor, lo cual es celebrado como la restauración de un orden justo y pacífico. Esta visión refuerza la idea de que la monarquía es el sistema político natural y más adecuado, ignorando las complejidades y las injusticias históricas asociadas con tales regímenes. Nunca se discute ni aparece la noción de organizaciones más comunitaristas como adecuadas al reino de los humanos. Lo Hobbits, por ejemplo, carecían de un sistema monárquico y al parecer eran los más felices, iguales y menos beligerantes. Ni Aragorn, ni Gandalf, ni nadie plantea la idea de inspirarse en otros mecanismos de organización social. Parece que fuese algo aburrido y que la idea del retorno del Rey es la que resulta más cómoda, familiar y hasta natural. Pero así opera la ideología, ese es su primer síntoma: deshistorizar y naturalizar procesos.
En Game of Thrones, aunque explora la brutalidad del poder, las intrigas y la corrupción, finalmente también recurre a la idea de una figura monárquica legítima. A pesar de la diversidad de personajes y la multiplicidad de perspectivas, la historia cierra con una elección de monarca que se presenta como un acto necesario para restaurar el equilibrio en el reino. De este modo, incluso en una narrativa que explora las fallas del poder, se acaba legitimando la necesidad de una figura monárquica para mantener el orden, la justicia, equidad, estabilidad y hasta libertad.
Y ni qué decir de clásicos como Willow o novedades como Bridgerton, que ya raya con la locura británica de superioridad civil y moral, donde personas negras, históricamente vejadas por aquel imperio, se recrean como nobles y reales occidentales. Las monarquías se presentan como superiores moral e incluso estéticamente. No hay que olvidar el carácter espectacular con la que se producen estas series en términos de palacios, trajes, carruajes, joyas, y todo tipo de ornamentos, además de gestos y rituales corporales que se revelan como estilizados, pulcros y bellos.
Las democracias son muchas y de todos los colores. No tengo un pelo de idea de cómo puede ser la mejor forma de gobierno, porque ni siquiera sé qué podría significar el lexema “mejor”: ¿más justo? ¿Más equitativo? ¿Más participativo? ¿Más eficiente? ¿Más responsable? Al romantizar y simplificar el medioevo, este tipo de producciones perpetúan la idea de que la monarquía es un sistema deseable y legítimo, que influye en la percepción pública sobre estas instituciones en la actualidad. Esta hipótesis interpretativa, espero, nos invita a una reflexión más crítica sobre las implicaciones políticas y sociales de cómo esa fantasía es retratada en la cultura popular. En todo caso, y aun disfrutando, como el que más, de las producciones del medievo fantástico, no quería dejar de pensar en ese rol de las series y películas para sostener imaginarios y fantasías políticas de las formas de gobierno que la historia nos revela crueles e injustas. Y que veamos con sospecha cuando alguien, hoy, defienda la idea de que nacer en cuna de oro es un gran logro, permitiendo que aquellos afortunados dirijan tantos destinos.
