¿Cuántas veces nos es dado amar? Durante algunos años me lo pregunté porque me costaba aceptarme, especialmente en ese extraño comportamiento en el que, así como me apasiono también dejo de querer. Y es que las fórmulas convencionales y más populares hablan de los tiempos para amar y para desamar, si es que uno puede dejar de hacerlo; entonces me afligía eso de sentir un día intensamente y luego ver cómo se desdibujaba el deseo de querer sentir a la otra persona cerca. 

Un día conocí a una mujer que cambió mi vida para siempre, tanto que dejé de preguntarme esto porque era como si todo lo que me gusta de alguien lo hubiera encontrado, y mejor aún, era todo y más de lo pedido. Hasta el último día en el que la vi no dejé de sorprenderme porque, aunque no llegó con la gracia y bondad que la había caracterizado, sin duda era ella, más adulta, más imponente y hermosa, y eso se abona. Quizá, por eso mismo pude humanizarla muy pronto y despedirla para su gran viaje en búsqueda de Ítaca; porque sí, para mí nunca fue y por fortuna fue así; no soy de esas personas que creen en la media naranja, porque cuando me ataca esa idea, me aferro a la que me dice que esa tal alma gemela se murió a los 5 años en un accidente de tránsito, entonces así no sufro como una gran mayoría y más bien vivo el amor cada vez que toca a la puerta de mi corazón.

Después de ella no volvió a brillar el sol por un buen tiempo. Hubo mucha oscuridad, caos, era como ver derrumbarse a toda una civilización. Algunas veces pensaba en Tenochtitlan, en el Cusco y los Incas, en la confederación Muisca, en La Bohemia cuando les llegaron los rusos. Pensaba en todas esas civilizaciones que un día dejaron de serlo, que les prohibieron hablar su idioma, que les obligaron a aceptar una realidad que no comprendían, y justamente fue eso lo que me sirvió de alivio, pues finalmente yo había perdido a mi gran amor, pero no me había perdido a mí; aunque siendo honesto, algo que me costó -y aún me cuesta-, es saber qué quedó de mi ser, porque soy tanto de lo que fuimos como de lo que fui antes de ella.

Como un día lo escribí, quedarse era nuevo y extraño. Y es que todo lo recorrido, respirado, soñado estaba más vivo que nunca; como dicen en Sex and the city, en ese capítulo que se llama ‘Take me out to the ballgame’: “after a break-up, certein streets, locations, even times of day are off-limits. The city becomes a deserted battlefield loaded with emotional land mines. You have to be careful where you step or you could be blown to pieces”, y créanme que pisé muchas y volé en mil pedazos, y fue épico tener que arrastrarme para encontrar mis partes y buscar encajarlas de nuevo; por eso hay partes de mí que son retazos, están hechos con lo que alcancé a recoger y claro que tienen cicatrices, y algunas partes ya ni están, y por eso sé que ya no volverá el amor romántico, pues ese pedacito no lo encontré. Y no me pregunten cuándo pasó, porque como fueron tantas pisadas erráticas, apenas ahora es que me doy cuenta de ello. 

¿Y volvió la pregunta? Claro que sí. Volvió porque nuevamente estuve enamorado, pero ya no con esa sensación anterior, aunque sí con la certeza de que esa nueva mujer de mis días se tumbaba en mi cama y yo suspiraba en mi interior. Fue tanto así que uno de los viajes que hicimos juntos, en un momento muy íntimo sentí que había encontrado un gran tesoro porque era tan profundo y sentido lo que viví. Esa ciudad, que antes tenía el nombre y el apellido de mi historia de amor prolongado y ubérrimo, ahora se llamaba como nosotros. Las calles, sus ojos brillando ante la majestuosidad del siglo XVIII hispanoamericano, su sensibilidad para ver lo que yo ni me había percatado, aunque había estudiado Historia y había vivido allí por varios años. Ella, con su voz delicada, dulce y noble se convirtió en mi mejor plan para visitar mi amada ciudad. Comíamos en los restaurantes conocidos y que recientemente habían abierto, caminábamos cogidos de la mano sintiendo el viento fresco y admirando los guayacanes amarillos, esos que siempre me la traerán a mi memoria. Y sí, me enamoré de ella, de sus silencios largos y meditabundos, pero como suele pasar, en el amor hay quienes aman más y quienes aman mejor, hay quienes se implican más que el otro en esa sociedad “basada en un sentimiento compartido de manera desequilibrada” (1) y quizá por la experiencia o no sé qué, pero fui yo el que menos se implicó, aunque la amara profundamente. Al final, nos desbordaron las expectativas y nos separó el deseo que nos había unido.

Y volvió la pregunta, pero ahora tenía más cicatrices. Entonces volví a levantar mi mirada, leí muchas novelas de Rosa Montero y creí nuevamente en el amor porque, así como me despedí de ella, y aunque se me aguaron mis ojos, preferí escuchar a Nina Simone y simplemente seguir caminando. Y al poco tiempo volví a sentir que renacía la esperanza en el amor, en la cercanía de la piel, en el goce del peso ajeno. 

Sorprendentemente, en menos de lo esperado llegó un ser hermoso y me abrí a su vida. Su piel, su olor, su textura, la sedosidad de su espalda, sus labios de rojo intenso y esa mirada inquietante. Y cuando hablaba, todo era color. Entonces me dije, ve con cuidado que esto es muy extraño, no es dado cruzarse de esta manera con el amor, pero finalmente vamos a morir y la pregunta que inició este largo texto quería ser respondida; entonces, ¿Por qué no volver a amar? Y simplemente, fui yo otra vez. Fui yo con mi sonrisa honesta, con mis ridiculeces, con mi chico que se enamora con lo más simple: una taza de chocolate con tostadas.

Pero como nada es para siempre, como la tragedia no escapa a ningún ser humano, me tocó verla irse mientras yo recogía nuevamente algunos pedacitos de mí, aunque sonriente porque volví a amar. 

Y me sentí tan feliz por ello, pues comencé a responderme la pregunta de cuántas veces nos es dado amar. Y hoy, mientras escribo y escucho música, veo en mi pared muchas líneas escritas por mi mano y me convenzo de que, sin miedo, me entregaré al amor cuantas veces llegue. Y no hay tiempo para dejar ir, ni tiempo para iniciar un romance; simplemente la conexión o desconexión, porque la vida es corta y el placer que dan los besos y las buenas caricias no tienen que esperar. Y como dice mi poema favorito, “despídete, estás curado” (2) 

1. Halbwachs, Maurice. (2004) Memoria colectiva y memoria histórica. La memoria colectiva, Zaragoza: Prensa Universitaria de Zaragoza, p. 31.

2. Hesse, Herman. Etapas, en: https://elbudacurioso.com/2014/05/04/etapas-de-hermann-hesse/

3. La imagen corresponde a Praga. La ciudad compartida.