Como todos saben, la reverberación es un fenómeno del sonido que hace alusión a la permanencia de este una vez la fuente ha terminado de emitirlo; verbigracia, el sonido del platillo de una batería. El Eco es otra cosa, es un apellido de un señor muy famoso escritor del último de los grandes clásicos de la literatura: El nombre de la rosa. El quid del asunto es que por estos días Eco y reverberación van de la mano, mire qué curioso, porque a pesar de que este señor magnífico falleció hace ya cuatro años, aún sigue apareciendo la notica de su fallecimiento como si hubiera sido ahora. El sonido de Eco se ha apagado, pero el de su noticia permanece, no en el aire sino en las redes, y la gente, esa «legión de idiotas» que él mismo señaló, cree que murió recientemente. Considero que en este punto seguiremos matándolo cada año para el aniversario de su muerte.

Otras reverberaciones que se manifiestas por estos días son las relacionadas con el racismo. Ha sido asesinado un hombre a manos –o rodilla– de un policía en Minneapolis después de asfixiarlo sin asomo de culpa mientras el sujeto estaba tirado en el piso y aprisionado por la parte trasera de su cuello. Digo que aquello reverbera porque no es noticia nueva, ni el racismo ni el abuso policial, como si el sonido, si la onda de tales comportamientos se extendiera desde su origen abusivo e ignominioso a través, ya no del aire o las redes, sino del tiempo y lo que sucede ahora es lo mismo que antes. Producto de lo anterior la ira de un sector de la población se ha manifestado literalmente a sangre y fuego, y así como hablo yo de la reverberación, los muebles, enseres y estructura de la estación de policía de esa ciudad se calentaron y consumieron en un reverbero, que en realidad viene a ser otra cosa.

Lo que produjo esto en Colombia ya no fue una extensión de la notica, o sí, pero no tanto, sino su eco –se fijarán que lo puse sin mayúscula–, el eco de nuestras propios ecos que no son reverberaciones porque no se extienden a lo largo del aire, sino que es un sonido muy breve que se repite, pero cada vez con más levedad, como el asesinato del estudiante hace menos de un año o la mujer embarazada que perdió su hijo por culpa de la violencia policial hace escasos uno o dos meses durante un proceso de desalojo en plena pandemia, pero no vale la pena hablar de esto último, pues es un hecho que casi no suena por estos días, ya no tiene eco. Ya no tenemos a Eco.

Y es curioso todo esto, a propósito de Eco, ecos y reverberaciones porque entre tanta cosa estamos en medio del ruido que es mencionado por el primero y relacionado con los otros dos. Un ruido de opiniones fatuas, pero también de noticias horrorosas y hechos lamentables, un golpeteo constante de nuestro vecino cada vez más desesperado por el confinamiento, pero también el estruendo del silencio de las calles, un silencio hermoso pero antinatural porque es manifestación de que el vendedor de aguacates, mazamorra o artículos para el hogar está en su propia casa con una voz interna martillándole, diciéndole que no hay para almorzar, una voz interna que reverbera, pero que no hace eco en el gobierno ni en nosotros.

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