La forma de amar, lamentablemente, poco ha cambiado en muchos siglos. Prueba de ello es la violencia de género basada en el «amor». Toda violencia hacia la mujer es un hecho terrible y doloroso. Pero duele aún más cuando se dice lamentable pero en realidad hay todo un sistema que, corroído, impide tramitar el dolor, dar seguridad y proveer solución.

En esta ocasión, traigo el relato de una amiga a la que le sucedieron los siguientes eventos. Son hechos reales ocurridos en dos pueblos muy cercanos. Los lugares han sido modificados por cuestiones de seguridad. Veamos:

Acaba de llamarme mi hermana, que vive en Guacarí, para pedirme que llame a la policía porque el vecino le está pegando a la vecina. Ella no se anima a llamar porque el tipo es muy violento y ella también le tiene miedo. Entonces llamo, desde Buga, al 112 pero está colapsado. Luego de unos minutos al fin hay una voz al otro lado del teléfono:

–Señor, le están pegando a la vecina de mi hermana ¿Puede mandar un móvil?”

Le paso la dirección exacta y aclaro que es en Guacarí. El señor me explica que me contestaron de Buga y que tengo que comunicarme con Guacarí, idealmente con el cuadrante. Pero él tampoco tiene el número, ni siquiera para contactar con la sede de la comandancia.

Tomo el número de la Policía de Guacarí que está en internet, llamo y no atiende nadie. Entonces empiezo a contactar con las amigas feministas. Acudo a ellas porque son las únicas que guardan esas cosas cuando les llegan al chat. Así, tengo el 155 de la Línea Púrpura, el 122 que es de la Fiscalía y un par de líneas de la gobernación. Se supone que el lugar ideal es la Comisaría de Familia pero en las páginas no figura ningún número.

Mis amigas me recomiendan empezar por la Línea Púrpura. Mientras, mi hermana me dice que escucha que quiebran cosas, que la chica grita que no dejen que la maten y él, que grita mucho más fuerte que ella, la insulta.

En la Línea Púrpura responden pronto, pero no toman denuncios, te dicen que tiene que llamar la agredida.

–Señora, le están pegando.

Con voz de call center me informa que no corresponde a ellos atender la demanda, que llame a la policía o en última instancia a la Fiscalía. Cuelgo. Miro el chat. Mi hermana no me ha escrito así que le pregunto cómo va todo, si ya llegó alguien o si algún vecino se asoma al menos para tocar la puerta. Pero no hay novedad, siguen los gritos y me dice que a veces se escucha que algo cae o lo azotan.

–No va a llegar nadie, ningún vecino ¿No ve que ese man conoce mucha gente? Usted ya sabe.

En el 122, la línea de la Fiscalía, tardan en responder pero atienden. Me dicen que lo mejor es llamar a la policía y pregunto si puedo poner una denuncia anónima y al principio se niegan porque no tengo suficientes datos. En Colombia no es suficiente saber que el tipo le pega a Flamenca en una dirección exacta para que un ente oficial haga algo y le dé un poco de justicia. Luego de una breve discusión me dicen que pueden tomar la denuncia y yo respiro porque al fin alguien me pregunta el nombre de esa mujer que está a 15 km de distancia sufriendo, quizá al borde de que la maten. Digo el nombre pero no sé el apellido, ni si tiene tatuajes, me ayudo con mi hermana quien por chat me pasa información. De él tampoco tengo datos, sólo su nombre. Agrego un par de comentarios sobre los antecedentes violentos. Mientras toman los datos mi hermana me dice que el tipo acaba de salir de la casa. Al final me informan que como es anónima no podré hacer seguimiento.

Mi hermana me describe las marcas: morados en el cuello, cortadas en los brazos. Ella se cubre siempre el rostro pero no hace falta verlo para imaginar que está lleno de hematomas. Él le grita que es bonita por él, que ella y su belleza le pertenecen.

Días después regresan los ruidos y los golpes. El confinamiento por la pandemia empeora todo. Mi hermana me escribe nuevamente. Llamo a algunas líneas nuevas que me pasaron. Dos de la gobernación, una jurídica y otra psicosocial. No hubo respuesta oportuna. Otra línea, la del 106. Ahí me contesta una psicóloga muy amable, me escucha y me dice que puede tomarme algo similar a una denuncia pero para ello se requieren muchos más datos de los que me pidió la Fiscalía.

–Al final, señora, lo mejor es que convenzan a la víctima de que llame. Si ella no llama no va a cambiar nada. Trate de convencerla.

Cuando cuelgo la llamada, ya ha terminado la última pelea. Una ve la televisión y cada tanto hay propagandas donde te prometen que denunciar es la solución y que la violencia de género es inaceptable. Pero no puedes denunciar y no quiero ni imaginarme los vericuetos legales que hay luego de la denuncia ¿También les dirán que no tienen suficientes datos o pruebas? Mi hermana me dijo que para la próxima será mejor rezar.