
Trataré de articular varias ideas sobre el artículo «La estatua caída y el estado de opinión» de mi amado Federico. Creo que es importante mantener el debate, así sea en estos espacios virtualizados, particulares y excluyentes (ya que se hace desde nuestras redes). En principio me preocupa algo de su contenido y de su proyecto comunicativo, así que solamente me limitaré a hacer un relevo de las frases más polémicas, desde mi punto de vista, del artículo: https://cuarentongos.com/2020/10/04/la-estatua-caida-y-el-estado-de-opinion/.
“No tienen razón, porque juzgar las actuaciones de un español del siglo XVI a la luz de los preceptos morales del siglo XXI”. El argumento del “hijo de su tiempo” parece exculpar de los horrores. ¿No sabía nadie de aquellos tiempos que aquellos cuerpos podían sufrir?, ¿No llevaba la humanidad ya bastante tiempo en el planeta en contacto con diferentes culturas como para tener algunas visiones sensible a la otredad? Me parece que es más una estrategia política y militar la de no reconocer la otredad en función de sus propios beneficios e intereses.
En ese mismo sentido avanza y se pregunta: “¿Cómo le vamos a reclamar a un tipo salvaje como esos por no haber respetado la convención interamericana de derechos humanos?”. Aquí me pregunto si era necesario tener la convención a la mano para identificar los horrores a los que fueron sometidos los indios y los afros. Si mal no recuerdo Juan de Castellanos, que tenía 29 años cuando Sebastián de Belalcázar murió, en su Elegías de varones ilustres de Indias, repudió todo lo acontecido y los males por ellos creados. Dice Juan de Castellanos:
“Y ansí fue que los hombres que vinieron
En los primeros años fueron tales,
Que sin refrenamiento consumieron
Innumerables indios naturales:
Tan grande fue la prisa que les dieron
En uso de labranzas y metales,
Y eran tan escesivos los tormentos
Que se mataban ellos por momentos”
“Pudiera de lo visto y entendido
Entrar en laberinto de maldades,
Indinos del varón bien instruido
En nuestras evangélicas verdades”
En otro momento en el artículo se dice: “… no son la mejor manera de hacer de las artes plásticas en el espacio urbano un campo de debate político”. Aquí difiero porque cuando el “arte” (que sería muy difícil de definir per se) se ostenta en el espacio público es más un hecho político que uno artístico; se torna artístico porque así quiere que se vea desde quienes detentan el poder de decidir qué cosas son arte y qué no a ojos del público.
El ejemplo modelo del Toro y la Niña sin miedo no aplica. Es un símil que no opera porque aquellos son reflejo de algo más, su interpretación es abierta, su orientación es tan ambigua que le caben muchas lecturas. Por otro lado, la estatua de Belalcázar (en honor a Sebastián Moyano y cabrera, como lo nombran los Misak) no implica solamente una lectura ambigua ya que figura efectivamente como Belalcázar. Aquí me pregunto si es necesario resignificar a Belalcázar o simplemente dar vía a esa rabia legítima, a esa afrenta contra los pueblos indígenas cuyo objetivo es simplemente una estatua, un símbolo.
En sintonía con lo anterior, también me pregunto si es necesaria su presencia para resignificarla: ¿Necesitamos una estatua de Hitler de espaldas (como indicando que se va) para darnos cuenta de que fue ominoso y terrible?, ¿Sin esa estatua perdemos la memoria de sus actos?, ¿La “altiva élite payanesa” resignificaría su posición colonialista viendo un Belalcázar de espaldas? Realmente lo dudo.
Me preocupa también una posición que desestima la historia de las discusiones que ha tenido el pueblo Misak: “… poner la discusión en un plano más elevado”. ¿Cuál discusión?, ¿La de que a los pueblos se les ha arrebatado su lugar?, ¿La de que “en pleno siglo XXI” se les sigue desapareciendo, asesinando y torturando? Yo creo que se habla desde la comodidad de quien no es indígena, de quien no reconoce esa lucha ni la ha sufrido como ellos, creo que ahí faltan oídos, ojos y empatía sobre otras realidades, experiencias y relatos. Por mucho tiempo hemos escuchado y nos ha construido la versión criolla de la realidad.
Dice también: “El derribo de la estatua nos pone también de presente que, como sociedad nos falta establecer caminos diplomáticos de diálogo”. En principio estoy de acuerdo, pero aquí me pregunto si a veces no hay que herir esos símbolos que representan precisamente lo opuesto al diálogo. ¿Quizás hubiese sido mejor abrirle puertas al muro de Berlín? Los lugares de memoria son un hecho reciente, de los Nazis se mantienen los campos de exterminio, pero ¿se deberían mantener los símbolos de su poderío solamente porque a alguien le parecen “bonitos” o le parecen que son “arte”?
Sobre el derribamiento agrega “… las condiciones para la violencia se hacen propicias”. Es curioso que se diga esto como si ya las condiciones de la violencia no estuvieran a la orden del día: las masacres en Nariño, el Cauca, el genocidio a los excombatientes, los 40 indígenas secuestrados, la masacre de los manifestantes en Bogotá, y un doloroso etcétera que no se agota.
Me parece algo apresurado reducir las organizaciones indígenas a “colectivos”, a tratarlos con minoría de edad, como si no tuvieran cicatrices de las miles de luchas por año a las que se enfrentan armados solamente con berraquera y chonta: “… es también muy delicado que un colectivo, aduciendo legitimidades históricas de permanecía en el territorio, se abrogue el derecho de decidir por la mayoría”. Me pregunto a cuál mayoría se hace referencia.
Algunos comentarios finales: primero, el 25 de septiembre hubo un “Acuerdo político de autoridad a autoridad entre AISO (Autoridades Indígenas del Sur Occidente) y el Gobierno Nacional”. Ahí hablaron de “Autoridad a Autoridad”, es decir, se reconoce que la organización indígena es también una autoridad a la que se le debe respeto y a la que hay que hablar de igual a igual. No es algo menor.
En el acuerdo se dice “El pueblo Misak ratifica su derecho ancestral Territorial a la Memoria histórica identitaria y sagrada sobre la pirámide ceremonial de Tulcán”. Aunque el morro se encontraba bajo el régimen especial de protección al patrimonio arqueológico desde 1997, donde sólo el ICANH (Instituto Colombiano de Antropología e Historia) autorizaba cualquier actividad, es sólo en 2020 que se incluye a miembros del AISO para poder que ellos, por primera vez en siglos, puedan al menos negociar qué hacer con ese territorio.
Segundo, en el acto de los Misak no hay amenaza del “estado de opinión”. El Estado de opinión es la utopía uribista (ya declarada explícitamente por su mandamás) pero pese a su esfuerzo para que ese sea su horizonte político e histórico hay resistencias civiles e institucionales (de las cuales la Corte Suprema de Justicia, algunos miembros del congreso, representan el mayor ejemplo de que se aboga por un Estado de derecho, así sea mínimo, reducido y enflaquecido, quizás moribundo). Los Misak resisten en ese marco. No hay amenaza de “estado de opinión” porque además la opinión favorable con lo sucedido no representa la mayoría, en todo caso, se puede notar una relativa voz de acompañamiento en redes sociales que ¿cuánto puede representar en la masa electoral de Colombia? Además, uno puede estar de acuerdo o no con su accionar pero su juicio se hace desde los marcos del Estado de Derecho.
Tercero, hay que tener en cuenta que el 25 de junio se le hizo un juicio popular de los Misak a Sebastián Moyano (Belalcázar). Hubo rueda de prensa y un comunicado. Acá me pregunto si los canales comunicativos de los pueblos originarios no deberían tener cierta prioridad. Si no conocemos esos hechos, si no escuchamos esas voces también es porque la matriz hispánica aún fluye por nuestras venas muy a nuestro pesar y por eso debemos combatirla y tratar, en lugar de juzgar, de entender el otro lado.
Finalmente agradezco la comodidad que permite mi amado Federico para debatir, para nutrir el diálogo siempre respetuoso. Uno de los retos actuales para la flaca democracia colombiana es poder convivir en la diferencia, sin matarnos, sin anularnos.

En primer lugar, quiero celebrar el debate, sobre todo cuando se da en estos términos y más aun sabiendo que al contrastar ideas contigo siempre aprendo y las fronteras de mi pensamiento se amplían.
Puede percibirse que al decir de Belalcázar que era un hijo de su tiempo haya un afán de disolver o aligerar sus crímenes en contra de la humanidad, pero no creo que sea el caso, quizás en el afán de conservar una columna en términos sucintos pude haber fracasado al intentar expresar la idea. intentaré ampliarla, espero que con algo más de éxito.
Creo que las personas no son, sino que devienen, somos el resultado de una gran cantidad de condicionantes que determinan nuestro lugar en la historia: Nuestra carga genética, las características culturales, psicológicas y materiales de nuestro entorno inmediato, las del entorno familiar ampliado, los grupos de amigos, académicos, sociales, de la región y la nación donde nacemos; también hacemos parte de una generación con unos paradigmas de pensamiento, unas ideas sobre nosotros y el mundo particulares; todo esto interrelacionado con las realidades políticas desde lo local hasta lo mundial, devenimos como sujetos influenciados por una gran cantidad de campos de fuerzas de varias naturalezas, contenidos unos en otros, que se afectan mutuamente y cambian en el tiempo.
Somos un devenir que acontece en una relación de recíproca transformación entre la vida interior y la vida exterior, las decisiones que tomamos se dan en una tensión entre lo que queremos y lo que creemos que los demás quieren que queramos. Las expectativas y lo que los demás esperan de nosotros juegan un papel muy importante en las opciones vitales que elegimos; sin dejar de lado que esa exterioridad que ejerce fuerzas en la vida interior de un individuo tiene una doble naturaleza: concreta y abstracta, en esta última están las ideas del deber ser humano, de lo que es admirable, esperable, loable en una persona, ideas que son también propias un entorno social en un momento histórico particular.
Cuando digo que Belalcázar era un hijo de su tiempo me refiero a ese multiverso de determinaciones que dieron marco a su lugar en la historia, al leer a Juan de Castellanos también podemos encontrar que dice:
“Yace Benalcazár fuerte
En esta terrestre cama
Que cúbrela frágil trama;
pero no pudo la muerte
Encubrir su buena fama.
Fue de los hados rendidos
Y a la injuria sometido
De mudanzas temporales;
Mas sus hechos fueron tales
Que no merecen olvido.”
Ahí entonces vemos que no había un rechazo unánime de parte de los españoles a lo que el Adelantado había hecho, quizás los diferentes campos de tensiones que interactuaban con su toma de decisiones no favorecían la piedad, el respeto ni la empatía por los pueblos originarios, el deber ser era conquistar tierras para el rey, cristianizar los pueblos para Dios y saquear y obtener riquezas para sí y sus subalternos, así lo hizo. ¿Es menos culpable por eso? No, no lo es, pero al centrar nuestro juicio en la moral de un individuo estamos perdiendo un poco de foco sobre el contexto social, político e histórico que produjo ese individuo. La concepción sobre el deber ser de las personas se va transformando con el paso de la historia y creo que la culpa que vemos en Belalcázar es también la culpa de ese tiempo producto de la distancia con el nuestro; en otros 500 años la humanidad podrá vernos como unos monstruos narcisistas depredadores del medio ambiente, lamentarán la revolución industrial sabrán que sabíamos del problema y no hicimos lo necesario para evitarlo; no podremos esquivar su dedo acusador, y quizás quieran destruir la estatua de James Watt en Glasgow o la de Nicola Tesla en Belgrado.
Esta mirada del individuo en un devenir histórico determinado por múltiples tensiones entre campos-fuerzas de diversa naturaleza es la que nos hace buscar también los referentes del lugar desde el que se enuncian las ideas, ¿desde cual privilegio genético, de género, socioeconómico o cultural está siendo enunciada una idea? O por el contrario ¿desde cual marginalidad-subalternidad histórica? Lamentablemente yo hablo desde una posición privilegiada. estoy en el foso de la escala moral bien pensante y políticamente correcta. Soy un hombre, blanco, heterosexual, sin tatuajes, que come carne y anda en carro, básicamente un monstruo.
Desde mi terrorífica cueva, veo que algunas personas suelen tener un tratamiento condescendiente con los pueblos indígenas en general y con el pueblo Misak en particular, eso sí que me parece irrespetuoso y me pregunto si no será eso racismo. Cuando traigo el ejemplo del toro y la niña lo hago porque creo en las vías de hecho no violentas que puedan resignificar políticamente el espacio público y lo hago porque sé que el pueblo Misak es un pueblo de paz, son personas que tienen mucho que enseñarnos en el aspecto de la búsqueda de metas comunitarias y cuya organización social ha dado muestras de gran cohesión. Mi crítica es parcial, valido y celebro el objetivo, pero objeto el método porque estoy seguro de que lo habrían podido hacer mejor, no por desconocer ni sus muertos, ni sus angustias, ni sus luchas, no porque los crea unos pobrecitos ellos tan sufridos, son personas como todos, hijos de su tiempo y de su historia, con mucho que aportar desde su lugar, a la construcción de un país diverso.
La historia del toro y la niña es pertinente también porque pone de presente la existencia de una condición de posibilidad. Cuando hablo de resignificar a la estatua, no es que Belalcázar deje de serlo, es que en ese lugar era enaltecido porque estaba en lo alto, y tal vez en una celda ubicada al nivel del suelo o inferior con las acusaciones visibles para el público se habría podido mantener la estatua y simultáneamente usarla para contar esa otra parte de la historia.
Cuando hablo de poner la discusión en otro nivel estoy pensando en sacar a la élite Payanesa de su lugar de confort. En la narrativa de los euro-caucanos como dijo magistralmente Martha Botero, los indígenas son una manga de borrachos, sucios y perezosos que quieren vivir a costillas del estado, de la conmiseración de los demás y que todo lo dañan o lo destruyen, los permanentes bloqueos a la panamericana los exasperan, los que caídos de la perra hacen sus necesidades en la calle a plena luz del día les refuerzan el estereotipo, el cambio en la lógica de las tierras cultivables los termina de convencer, entonces lo que esperan, es que algo dañen, destruyan o incordien.
Por eso veo como un error táctico darles papaya para reforzar esa postura colonial, ah que lindo habría sido que Popayán hubiese amanecido con una preciosa estatua alegórica a los hijos del agua en el lugar del pérfido conquistador, ¿Qué cómo hacen para subir una gran estatua en una noche? La mandan a fundir en piezas armables de unos pocos kilos cada una y la arman arriba, reclamando con audacia el lugar que les pertenece, mostrando planeación, preparación y haciendo alarde de esa admirable capacidad de trabajar en equipo que tienen, lamento que no haya sido así, siento que fue una oportunidad perdida.
Cuando hablo de la necesidad de los caminos de diálogo, de la diplomacia y de la institucionalidad no estoy queriendo juzgar negativamente el accionar del pueblo Misak, me consta que son gente muy pacífica, si acuden a las vías de hecho es porque las vías del diálogo están cerradas y la responsabilidad de abrirlas es de toda la sociedad. Considero que, en una sociedad plural, en la que deben coexistir conjuntos de personas con paradigmas vitales derivados tradiciones culturales milenariamente diferentes, son necesarias las instancias institucionales para dirimir conflictos. Veo con preocupación que las instituciones públicas son cada día más débiles y ahí es que entran las preocupaciones por el estado de opinión y la violencia de éste derivada, la crítica es a todo el conjunto de la sociedad pero creo que fue un error de mi parte la manera de plantearlo, porque algunas personas asumieron que estaba era criticando únicamente el accionar de los Misak.
Finalmente quiero explicar mi molestia por el daño de la estatua, no es un apego a lo material, no es que los átomos de cobre y estaño que contiene sean lo valioso, creo que es valiosa por que es un objeto histórico de muy alta duración, en quinientos, mil o dos mil años quizás, cuando muchas de las cosas que apreciamos se hayan deshecho en el río del tiempo, la estatua podría haber estado ahí, la historia se encarga de ponerla en su lugar. Pienso en un busto de mármol del emperador Calígula, todos sabemos que Calígula era un tipo ruin y miserable, una porquería de ser humano, pero un busto de Calígula es un objeto histórico valioso, la verdad habría entendido que algún opositor político se abalanzara a darle martillazos al busto, pero no lo habría podido celebrar.
Tal vez, las maneras de hacer historia están cambiando, tal vez, lo correcto sea reventar los símbolos de lo que nos resulta odioso, algunos quemarán iglesias, otros acabarán con los cuadros y las fotos, para otros quizás habrá que demoler las ciudades, y borrar de la faz de la tierra las canciones y las películas machistas; algunos buscarán una sociedad neo-precolombina más pacífica y armónica con el medio ambiente, a lo mejor la catástrofe nos borra del mapa y yo desde el fondo moral de mis privilegios criollos espero que algo de este tiempo turbulento perdure.
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